La Gran Evasión

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domingo, 19 de marzo de 2023

393 - Érase una vez en América - Sergio Leone 1984

 “Me resbalé”. Un resbalón del benjamín de la banda, un disparo letal, a partir de ahí llegará la venganza, y después la cárcel.  Todo puede estropearse en una fracción de segundo. La vida de Noodles -Robert De Niro-  se refleja contra el techo del fumadero de opio. Él se ríe, se acuerda de momentos mágicos como su querida bailarina danzando en la trastienda del bar, de sus andanzas con Max – James Woods´-, su amigo, o su rival. Otros instantes serán muy duros. Noodles lo va perdiendo todo, es el traidor traicionado. arruinado, no le queda nada, ni su chica, ni sus compinches, ni el maletín que guardaba en la estación, le pide al taquillero que le dé el billete para el próximo autobús que parta, adonde sea, un billete solo de ida para Buffalo. 

Leone realiza su último film antes de morir, un verdadero poema de nostalgia y pérdida sobre unos personajes y una época. Un grupo de golfos cruza la avenida con el puente de Manhattan al fondo, una estampa del antiguo Nueva York. Leone irá saltando entre tres etapas, los años 20, la ley seca, los 30, y el regreso de Noodles en los años 60, el pasado llama para saldar una cuenta.  Aclamada en su proyección en Cannes, sufrió amputaciones y destrozos por parte de la distribuidora en EEUU que desequilibraron el producto final para siempre. Se cortó la película y cambiaron su estructura de flashbacks y saltos en el tiempo para darle un orden cronológico lineal. La magia de la narración y la cohesión se perdieron. Incluso viendo el montaje del film exhibido en Cannes en 1984 uno percibe ciertas inconsistencias y falta de desarrollo en personajes con menos sustancia de la que deberían tener, como el sindicalista   -Treat Williams- o los mafiosos italianos Joe Pesci y Burt Young. Sus partes eran mucho más largas en la versión original de más de seis horas que Leone pretendía en un principio. 

Excepcional la ambientación del barrio judío, la factura técnica, la fotografía de Tonino Delli Colli, la emoción que Leone destila en cada toma, en cada mirada. Acompañamiento perfecto el de la música inmortal de Morricone, la flauta de pan que recuerda la infancia pobre de Noodles, todo lo vemos a través de sus andanzas. El chaval se esconde en el inodoro del bar para espiar a la hermana de su amigo, a Deborah – estupenda Jennifer Connelly, después será Elizabeth McGovern - , que danza, una amapola que sueña con ser actriz, huir de ese barrio de fango y humo. 

 Esta noche devoramos un pastel de nata en el descansillo de Peggy…

Zacarías Cotán, Salvador Limón y Raúl Gallego

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viernes, 15 de junio de 2018

185 - Hasta que llegó su hora - Leone 1968

Tres forajidos apostados en cada vértice del plano, abrigos largos, la figura de un hombre al fondo, un paísaje fordiano se pierde en el horizonte. Sergio Leone revolucionó las formas del western clásico con la trilogia del dolar y las depuró hasta que llegó la hora de Once upon a time in the west. Su particular visión de la creación de los Estados de Unidos, narrada a través de diversas historias, Charles Bronson, el hombre sin nombre, no conocemos su procedencia, Jason Robards, Cheyenne, el canalla enamorado, Henry Fonda en un desconocido registro de villano de ojos azules inyectados en sangre, de escupitajo fácil, asesina a un niño sin pestañear, y Claudia Cardinale, Jill, el agua y la esperanza de una tierra salvaje, la mujer de Nueva Orleans se apea en una estación perdida, nadie la espera. Leone se sirve de la fabulosa partitura de Morricone, de un relato forjado con la ayuda de Donati, Bertolucci y Argento y unos leit motiv de una ópera que se alarga como el silbido triste de un tren.
El jinete pálido y Los odioso ocho de Eastwood y Tarantino viven de la oscuridad y la nostalgia de Leone. El viejo oeste se desmorona ante los ferrocarriles de Morton, un capitalismo imparable, el progreso, también la corrupción en los huesos de un enfermo terminal que amasa fortuna, que se mueve como pez en el agua en su tren y es un caracol baboso en las llanuras áridas, que quiere llega al océano Pacífico y terminará en el lodo. No hay amistad, la camaradería brilla por su ausencia. Frank no sabe quien es el tipo de la armónica, el fantasmal sujeto que menciona nombres de muertos conocidos espera su momento, con los ojos entornados y una mueca de odio.

Raúl Gallego

En un duelo de miradas esta noche no desenfundamos, mientras sube el café de Jill en Radiopolis...

Raúl Gallego, Gervi Navío, Salvador Limón y nuestro crítico desde Madrid, César Bardés.

Artículo sobre Hasta que llegó su hora, por César Bardés


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viernes, 3 de noviembre de 2017

El bueno, el feo y el malo -Sergio Leone- 1966

























Un pistolero a sueldo (Lee Van Cleef) cruza su destino con dos truhanes mal avenidos (Clint Eastwood y Eli Wallach) en la búsqueda de una tesoro repleto de dólares, escondido en un lugar secreto.  Esta sociedad, desconfiada y mugrienta se ve abocada a una obligada convivencia. La idolatría que Leone profesaba al Western aparece por fin con suficientes medios para hacer un gran espectáculo; el limitado Van Cleef se autoreferencia, juguetón y suelto con un pausado Eastwood, que lo observa y controla todo, y un excepcional Wallach, el mejor de los tres, que pone la carne de gallina con su escena filial. La habitual pulcritud del director, detallista hasta el extremo, le hizo tener enfrentamiento con los actores, quienes sin embargo en un conjunto muy armonioso, realizaron un fresco alegre y desgarrado de un Oeste sin futuro. Y en ese punto se acopla “El Ritmo”, con la ayuda de otro italiano, Ennio Morricone. El film consigue un collage de tonos, colores y balas, un estallido orquestal, de inspiración mediterránea, que siempre tiene un sentido febril e incógnito, de dulzura, de tristeza , que el espectador abrumado habrá de ir descubriendo
La maravillosa escena final, poblada de miradas de sangre con ojos en primerísimos planos, furias y guitarras tremendas de muerte, como una negrísima pintura goyesca, construye el duelo a tres más famoso, y doliente, de la historia del cine. Heredera de los primigenios cómics y novelitas del  Far West, donde ya no se habla, porque el lenguaje se ha vuelto arrogante, peor aún, infecto, lleno de una falaz cordura que diría Haneke, y que mata con balas el alma. Pero aquí está este disfrute, este acento disconforme y moral, una apuesta formal que advierte y aconseja de una muerte entregada a la sombra y ritmo del mito, del mito que es nuestro y acompaña, aún en su sombra.

José Miguel Moreno

sábado, 28 de octubre de 2017

La muerte tenía un precio -Sergio Leone- 1965

























Dos cazarrecompensas, solitarios y parcos, (Eastwood y Van Cleef) ven sus destinos unidos para dar alcance  al fiero Indio ( Volontè) un sanguinario atracador de bancos recién fugado y toda su banda de desalmados. Una curiosa e inestable sociedad, que ninguno habría imaginado, los llevará por la misma senda. 
Tras el enorme éxito de “Por un Puñado de Dólares”( 1964), esta segunda y mejor entrega de la trilogía, que superaba en metraje y presupuesto a su predecesora, cautivó a toda Europa, y asentó las bases de un subgénero que reflotó al moribundo Western clásico, dándole una mirada más acordes a los nuevos tiempos. Su director, Sergio Leone, un iconoclasta y adelantado realizador proveniente del Péplum y el neorrealismo, sensible al mutismo, violento y reposado del maestro Kurosawa, supo ver en estas sencillas historias un reflejo más real de la sociedad que alumbraba. Tras los magnicidios y guerras, fracasos ideológicos o amatorias sesenteras, que llevaron al individuo a un oscuro, cínico y traumático despertar a la sociedad moderna, el cine de este italiano sustituyó la palabra por la guitarra punzante, las miradas por los encuentros y un falseado convivir por la aridez de las relaciones . Toda una añoranza mitológica, elegíaca, de unos hombres perdidos.
El cómic, las novelistas del oeste y el realismo emocionante  y vital de una época, con la la magistral y excéntrica música del genial Morricone, con tonos protagonista e individualizados, crearon un ambiente brumoso y fiero: el Spaghetti Wéstern. Todo ello puesto al servicio de un tipo alto, desgarbado y seco que tras estas películas enterraría para siempre su pulcro y anodino personaje de “ Rawhide” dando nacimiento a un mito, el inicio de un paradigma, solitario y aventurero, abocado y hermoso que ya no cabalgará más como en los viejos tiempos. Desde Infierno de Cobardes ( 1972 )hasta Sully( 2016 ), trasunto del propio Eastwood, lo políticamente correcto será infringido en pos de un nuevo héroe contemporáneo, tan necesario como el Wayne fordiano, con valores y procedimientos antiguos, mal que le pesase a la Sra Paulina Kael, la famosa crítica del New Yorker, que en su momento lo tildó de “ inmoral y fascista”. Todo esto está aún por llegar pero la moneda ya ha sido lanzada...y aún sigue.

José Miguel Moreno