Si a la buena factura de Malle, su simplicidad compleja, su fatalismo irónico, añadimos una asombrosa banda sonora del mejor jazz de Miles Davis y un puñado de músicos que se juntaron en una sesión de ocho horas en un estudio de París, sólo nos queda sentarnos en el mejor sofá y dejarnos llevar por aquel blanco y negro magnífico, antecesor de Truffaut y Godard. Los ojos llorosos, las gotas de sudor sobre el labio superior de una inmensa Jeanne Moreau, una trompeta tan turbia como el líquido que revela lentamente los contornos de dos amantes en en una fotografía. En una cámara siempre hay varias fotos. Los amantes sólo aparecen juntos una vez en la película, en la instantánea de un lugar, de un momento en que nadie puede separarlos.
Raúl Gallego.
Esta noche descorchamos una botella de champán en Radiópolis a la memoria de Jeanne Moreau, Louis Malle y Miles Davis,
José Miguel Moreno a la dirección, Chary Medina, Gervi Navío, Raúl Gallego, y nuestro crítico desde Madrid César Bardés.
Artículo sobre Ascensor para el cadalso, por César Bardés