La Gran Evasión

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lunes, 20 de julio de 2020

281 - Laurence Anyways - Xavier Dolan 2012

Laurence y Fred. Un hombre no acepta su físico y decide actuar, maquillarse, vestirse de mujer. Una mujer abrumada ante los acontecimientos.
Ecce Homo, ahí tenéis al hombre, y la multitud quedó satisfecha. Laurence, profesor de literatura, escribe estas dos palabras en la pizarra tras comprobar el rechazo de la comunidad educativa y las firmas de los padres de alumnos, la directiva del instituto acaba de despedirle.
Rostros de extrañeza en el comienzo, de sorpresa, miran a la cámara, reacios, distantes, desconfiados. La metamorfosis de Laurence provoca el conflicto con su entorno más inmediato, su pareja, su trabajo, su familia, su madre, otro de los temas recurrentes de Xavier Dolan, ya que el padre prefiere escuchar el final de un anuncio en televisión antes que intercambiar una mísera palabra con su hijo.
Fred, Frédérique, pone de su parte, incluso le aconseja al maquillarse, le apoya, hasta que no pueda más. Los modelos están marcados al nacer. Y aún se seguirán buscando, hasta encontrar el ladrillo rosa de los versos de Laurence, la puerta al pasado de su casa de ladrillos blancos. Ahora se ahoga en una vida convencional, cómoda, gris. Es el Fade To Grey en la fiesta, es el recuerdo de un gesto, un amor imposible, la caligrafía de la pasión...

 Laurence, tu has atravesado las fronteras de mi vida,
de mi ciudad, de mi calle,
solo resta que atravieses mi puerta.
Sé que sabes donde encontrarme.     Fred


El largometraje quizá más ambicioso del director de Quebec, Xavier Dolan, calificado de intenso y cargante por algunos, genial y rompedor por otros. Podemos afirmar que ha creado su propio estilo, íntimo, barroco, de bellos primeros planos, encuadres inspirados por Douglas Sirk, o las instantáneas de Drag queens y bailarinas de Nan Goldin. El manierismo de su cine encierra el conflicto de almas como la de Laurence, decidido a a ser aceptado. La estética noventera, el pop y techno de los ochenta dan la pauta a los andares ralentizados de un convincente Melvin Poupaud, gran trabajo también de  Suzanne Clement, la consternada Fred, y de Nathalie Baye, la madre.

Esta noche nos empapamos de Dolan y sus cascadas de agua fría...

José Miguel Moreno, Salvador Limón, Zacarías Cotán, Fran Romero y Raúl Gallego

 


miércoles, 8 de julio de 2020

Matthias & Maxime - Xavier Dolan- 2019

Dolan siempre vuelve sobre sus pasos. Como “Elmodóvar”, así lo pronuncian en su última película. La sombra dulce e inmensa de Douglas Sirk, el maestro del melodrama, planea benéfica. Para asentar el tiempo, los alertados, movimientos agridulces de bocas que no cierran y esgrimen, y cantan y besan.
Sí, es su cine, como el del alemán, y el del nuestro manchego y glotón, rockero de alma sincera. Un cine de conflictos a flor de piel que estallan y claman en sangre, porque así se manifiestan. Luego, al otro lado, en los asientos frescos de las esquinas, pillajes de amor allanan miradas que clavan con dientes sangrantes pasiones aún no horizontales, por puros afeites de historias mudas y miedos. Campea el amor en el patio solitario de una almohada, y un par se abrazan, solícitos, se afrentan. Uno más en desuso, o quizás los dos.
Mientras, en la pantalla, Dolan, actor, marcado de niño, espera en su huida a un príncipe, seductor, besado e inquieto que mira vestido a la moda de un arca donde está condenado por ese Dios del destierro.
 Y para la película, la cámara va y se retira, nunca he visto eso antes, alegoría social de un permiso que no es concedido, ¡qué lastima!. Da vueltas el germen de fuerza y lo empuja sincero al callejón olvidado, y ahí se renueva y trasciende y limpia sus zapatos con desaires antiguos y deslenguados que ahora resbalan de viejo. ¡Te quiero!, te quiero!, suena y retumba por toda la sala, silenciosa de besos y muslos húmedos, besos, más besos , manos abrazadas que, como serpientes, comparten deseos. Y afina el pincel el artista con su escorzo reflejo, recordando, en su mirada perpleja, para decir: “no están solos, tranquilos, he decidido para siempre romper el molde de hierro “. Y trae otra vez al portador de sus besos. Los dos lados de la sala ya son un solo espejo.

José Miguel Moreno