El clásico de Jacques Becker sobre el intento de fuga de unos reos de la prisión de La Santé en París se cuenta entre los mejores films de evasiones, aquí tenemos un grupo, no un individuo, como el de Un condenado a muerte se ha escapado del otro francés, Robert Bresson. Unos tipos empeñados en recobrar la libertad perdida, en burlar la vigilancia y trabajar a destajo cada noche para poder salir del maldito agujero donde están pudriéndose. Poco tiempo después Steve McQueen jugaba con una pelota de béisbol en una celda de castigo en La gran Evasión -John Sturges-
Becker se inspiró en unos hechos reales ocurridos en un penal de París en 1947. Impactado por el recorte de periódico que guardó, llegó a sus oídos que unos de los reos, José Giovanni, había escrito una novela sobre la experiencia.
Mostrar el trabajo y la fijación de estos hombres por salir del agujero, Le Trou, el nombre del film original. La atmósfera opresiva de esa celda donde cinco tíos duermen, comen juntos. Y cavar un hoyo dentro de otro, un túnel que les llevará al otro nivel, al subsuelo de galerías y compuertas, el sótano de la cárcel. Intentar controlar los detalles y estar alerta cada momento para no ser descubiertos, el plan puede fracasar en cualquier momento y aún así, vale la pena volver al calabozo, hay que seguir adelante. Un poder tan exhaustivo que revisa hasta las viandas de cada reo, Becker muestra en plano fijo como el funcionario inspecciona con un cuchillo la mantequilla, el embutido, los postres que Gaspard -Marc Michel- ha recibido del exterior.
Un montaje que subraya el esfuerzo, con elipsis mínimas para destilar el verismo de lo narrado, y una banda sonora a base de martillazos, sonidos metálicos, goteos, los planos fijos de las manos nervudas que no cesan de cavar el cemento, las imágenes oscuras a la luz de un candil de aceite en los pasadizos subterráneos.
Roland, el líder del grupo, interpretado por Jean Keraudy, el verdadero prisionero que se estrenaba en labores de interpretación. Roland fabrica un periscopio para vigilar que ocurre en la galería a parir de un cepillo de dientes y un trocito de espejo, es un manitas, un profesional, y sus compañeros le respetan, sabe que es perfecto para encabezar esa misión libertaria. El día más inesperado los guardias abrirán el portón del habitáculo sin avisar, llega un nuevo compañero, como si ya no fueran suficientes compartiendo aire viciado, gauloises y retrete. Es Gaspard, un chico diferente, parece más educado, más introvertido, tarde o temprano habrá que contarle el plan. ¿Conocerá la lealtad el pobre Gaspard?
Esta noche picamos piedra y apartamos los cascotes que se van desprendiendo…
Raúl Gallego, Zacarías Cotán, y Salvador Limón
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