La Gran Evasión

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miércoles, 6 de abril de 2022

363 - La Comisaria - Aleksandr Askoldov 1967

Con un estilo seco y humanista, que mana del cine mudo soviético, los primeros planos, los travellings, el montaje ágil de un Eisenstein o un Pudovkin, Askoldov nos dejó este romance en imágenes sobre una comisaria del ejército Rojo en la guerra civil rusa. Sería su primera y última película. Las autoridades soviéticas prohibieron el film durante dos décadas hasta que fue recuperado en el Festival de Moscú de 1988. A los gerifaltes rusos no les gustó nada el origen judío de la familia del herrero, las referencias religiosas, ni el halo de compasión, repulsa y rechazo de todo abuso de poder. Al fin, con los soldados en el horizonte, se escucha una internacional sin épica, un toque de trompeta arrastrado y lánguido. 

El lirismo y la belleza conceptual de cada fotograma, el hombre lavando los pies de su esposa en el dormitorio, el pogromo infantil, los soldados, antes campesinos, segando el frente, la mujer en el alumbramiento que transformará su forma de ver el mundo, a partir de dar a luz la militar revolucionaria se debatirá entre su idealismo y su nueva realidad, pasará de la fortaleza y el mando a sentimientos olvidados de ternura y amor. Su paseo por el pueblo en busca de la derruida sinagoga deja en la retina grandes planos, con la Madonna Vavilova pidiendo respuestas al viento, una calma rota por los sonidos de fusiles y pasos del Ejército, y su nombre pronunciado por los soldados que le piden que vuelva a sus filas.

Memorables los tres protagonistas, la robusta militar -.Nonna Mordyukova-,  María . Raisa Nedashkovskaya., la esposa, bella y abnegada, mientras hace la colada prepara la comida para sus cachorros, y el chatarrero, quejumbroso y alegre, asustado y jovial, un enorme Roland Bikov desplegando su sabiduría y su variedad de registros.

Raúl Gallego

Esta noche escuchamos una nana desde una cuna que se balancea…

Rosario Medina, Zacarías Cotán y Raul Gallego

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Las vicisitudes que la película La Comisaria sufrió para su estreno, le hacen merecedora de la frase de “NO es solo cine”. Con ese trabajo, su director, Aleksandr Askoldov, se estrenó y
terminó en el oficio, era 1967 y el Gobierno de la URSS la requisó impididendo su exhibición, y además prohibiendo a su Director firmar largometrajes de por vida, si quería evitar peores consecuencias. El film se depositó bajo custodia gubernamental, y solo por la insistencia de intelectuales influyentes, cuando la disolución de la URSS era inminente, consiguieron su estreno en 1988, con un aclamado éxito recibiendo varios premios, entre los que destaca el Oso de Plata, premio especial del jurado en el Festival de Cine de Berlín. Y es que la fotografía, la forma de rodar, y una banda sonora, de Alfred Schnitke, que nos conduce por el campo de batalla y por el hogar, mezclando canciones populares, nanas, y notas sinfónicas, consiguiendo un binomio perfecto entre la imagen y la música.
El motivo principal que se alegó para sesgar el gran talento de Aleksander Askoldov, fue negarse a cambiar el origen judío de la familia que recogía a su protagonista. La misma persecución sufrió el escritor del relato, ́en el que la película está basada, Vladimir Grosmmann, de nacionalidad igualmente ucraniana, que dejó su trabajo de Ingeniero Químico, para dedicarse plenamente a la literatura y posteriormente al periodismo, siendo corresponsal de la segunda Guerra Mundial, lo que le transformó de comunista convencido a crítico con el partido, lo que supuso coetáneamente pasar del reconocimiento social y el prestigio, a su persecución y la censura de parte de su obra, que fue retirada y custodiada por la KGB, que a duras penas pudo ser salvada por una red de disidentes.


Y entrando de lleno en la historia, que algunos califican de obra maestra, y que, afortunadamente hemos podido disfrutar, se trata de la adaptación del Relato “En la Ciudad de Belichev”, conduciéndonos por la guerra civil de Rusia, entre 1918 y 1921, desde la perspectiva de los bolcheviques (ejército rojo), contra los zaristas (ejército blanco), a través de una mujer, La Comisaria, Klavdiya Vavilova (interpretada por la actriz Nonna Mordyukova), que al quedarse embarazada y no poder abortar por estar en avanzado estado de gestación, tuvo que apartarse de la guerra, escondiéndola su ejército en la casa de una familia judía muy pobre de Belichev, en Ucrania.

La familia judía la formaban el matrimonio, la madre de él, y seis hijos, cuyo progenitor, Yefim Magazannih (brillante Rolan Bykov), un pobre herrero, obligado a alojar a la Comisaria en su casa, y además en el único dormitorio de la vivienda, el del matrimonio. La esposa de Yefim, María, una joven y bella actriz (Raisa Nedazhkovskaya), enseguida acepta y protege a la Comisaria, a la que solo puede ver como una mujer embarazada, olvidándose de su condición de militar y de su rango. Pronto todos se acostumbran a sus mutuas presencias, lo que sirve a su director para expresar las distintas perspectivas de las víctimas de la guerra, y sus terribles consecuencias, así, se diferencia entre los que están en el frente y los que se esconden y resisten, el espacio abierto amenazador, y el hogar, con poca luz, y sin prácticamente recursos, pero donde sigue la vida y el amor.
En el campo de batalla, la naturaleza es igual de cruel e inhóspita, para los soldados, que tienen que recorrer grandes distancias sin agua, sin sombra, con frío, con planos secuencias, que se van abriendo para mostrarnos el espacio abierto, con imágenes del ejército bolchevique, formado por campesinos y obreros, muy jóvenes, incluso niños-
Igualmente las dos protagonistas representan, por un lado, la maternidad, la familia, el amor, la vida, la procreación, que lo encarna María, y Vavilova, la guerra, el compromiso social, las armas. No obstante, Vavilova va experimentando cambios profundos en pocos meses al quedarse embarazada, esa dualidad empieza a concentrarse en ella, dividiéndose desgarradoramente entre dos opciones, vida representada por el embarazo y el parto, y muerte,y campo de batalla; en definitiva, el dolor por la decisión entre ser madre, o soldado. Esa confrontación en Vavilova se transmite al espectador, con los continuos cambios de planos de escenas de guerra, cargados de simbología, en los delirios del momento del parto, mostrándonos la cara más amarga y sufrimiento del combate, y la intimidad del hogar y el amor a su hijo.

Vavilova, no vuelve a ser la misma desde que tiene su hijo, de hecho, todos los miembros de la familia, se olvidan de como se hacía llamar como oficial del ejército, y la empiezan a llamar por su nombre, Claudia. Ella, incluso se acerca a la fe y busca la sinagoga, en una escena preciosa llena de lirismo, y cargada de espiritualidad, en la que se fotografía de bajo del arco de la sinagoga, único elemento arquitectónico en pie, con el paisaje detrás, y es que la decisión que tenía que tomar es la más difícil que puede presentarse en la vida de una madre,
teniendo que elegir entre separarse de su hijo para ir a la guerra, con la incertidumbre de si volverá a verlo, o quedarse para cuidarlo. Exacta y desgraciadamente igual que está ocurriendo ahora, un siglo después, en el mismo país, y nos coloca ante la tragedia de la historia repetida, solo cambian las formas, pero el ser humano NO evoluciona.

Y para el final he dejado la figura de ese pobre herrero, Yefim, humilde, religioso, cariñoso que condensa la filosofía humana frente a la guerra, a pesar de que disimula el sufrimiento de todo lo sufrido, incluso la pérdida del hermano cruelmente degollado, y la experiencia de otras guerras vecinas, que ha perdido la ilusión por un futuro al que imagina sombrío, y lúgubre y que lo simboliza con una ciudad que nunca tendrá un “tranvía”. Si, la actuación de la protagonista es auténtica y sincera, la de Yefim, en mi opinión es sencillamente insuperable, conmovedora, sin estridencias, sin sobreactuación, y con un diálogo en los últimos 20 minutos de la película, cargado de profundidad, cuando la entrada del ejército en la ciudad es inminente, y se encuentran todos escondidos en un sótano, que merecería su transcripción completa para su reflexión. Pero dado los límites del espacio del blog, sencillamente me quedo con lo espeluznante de lo mimético de esta situación en el mismo país cien años después, y es con dos frases:

Yefim: “"Hay tan poca gente bondadosa en el mundo. No sé,.... puede ser que algún día, la gente podrá vivir donde quiera vivir, y el límite de la residencia no pasará por los sótanos... Toda la vida he tenido tantas inquietudes y desvelos: uno lo mismo debe esconderse, que enterrar a sus parientes, o lo entierran a él.”

Y después de un profundo diálogo con Claudia, ésta termina diciéndole:

“ En el mundo habrá concordia entre los hombres.”

Ojalá esa esperanza, sea una realidad alguna vez.

Rosario Medina.




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