Robespierre y Danton, figuras principales en la Revolución Francesa, dos personalidades fuertes y diferentes protagonizan este pedazo de la historia dirigido por Andrzej Wajda. Los actores Gerard Depardieu y Wojciech Pszoniak dan vida a dos hombres que compartieron ideales revolucionarios hasta que sus posturas divergieron. A lo largo del metraje se suceden las rencillas, las intrigas y las discusiones de los miembros del Comité de Salud Pública, el exaltado Saint Just, mano derecha de Robespierre, o los partidarios de Danton, el Cordelier Camille Desmoulins, y su amada Lucille. Todos eran jacobinos, compartían objetivos e ideales, hoy están enfrentados a muerte. Corre 1794, el año segundo de la República. Tiempos de miedo y carestía, cualquier ciudadano puede ser señalado por no cumplir los dictados de la República.
La Revolución es como Saturno, devora a sus propios hijos, Wajda pone en boca de Danton esta frase. El diputado de la Convención ha vuelto a París pidiendo mesura a una espiral de ejecuciones que él mismo empezó. El requisamiento del periódico, las detenciones arbitrarias. Ya le espeta Philippeaux a un aterrado Demoulins en su angustiosa espera, ante la certeza de que su cabeza va a caer también en la cesta, los mecanismos de la política no tienen nada que ver con la justicia.
En su cita, Danton ofrece suculentos manjares a su invitado, Maximilien, no probará bocado. Es imposible el entendimiento entre el Incorruptible, y el bon vivant, impulsivo Georges. A Robespierre no le tiembla el pulso, no derramará el vino aunque la copa esté llena hasta el borde. Danton, lenguaraz, impulsivo, se caga en los comités, él conoce al pueblo bien, de cerca.
Se siente siempre en el film de Wajda la confusión, la inseguridad, la improvisación de unos hombres superados por las circunstancias. El hambre en las calles, la corrupción del poder durante el Reinado del Terrorlos arrestados hacinados en la Conciergerie, prisión y pórtico de la guillotina. El acero del artefacto espera, cubierto aún, en el cadalso.
Wajda quiere ser veraz y lo consigue, reproduce las tensiones de esos hombres, el miedo de Lucille, la esposa de Demoulins, la incertidumbre de la sirvienta de Maximilien, le dice que nunca le ha visto tan atormentado. Maxim se siente atrapado en un dilema sin solución, si gana el proceso de Danton, el pueblo se le echará encima, si pierde, también. Mientras decapitan a Danton y sus seguidores, Robespierre observa con ojos vidriosos al hermano de su sirvienta recitar los Derechos del Hombre, prescritos antes por Saint-Just, por Danton, por él mismo, inspirados por Rousseau. El niño recita la letanía de memoria y quizá el febril dictador, en su contradicción, recuerda su infancia en un colegio donde recitó un discurso de bienvenida al mismo rey Luis XVI.
Raúl Gallego
Esta noche Danton grita al verdugo que valdrá la pena mostrar su cabeza a ese pueblo que le adora…
Con Zacarías Cotán, Salvador Limón y Raúl Gallego
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