Suena la melodía evocadora de Orff y nos trasladamos a una era remota, a la leyenda y la mitología Artúrica, con Excalibur, dirigida por John Boorman en 1981. Una apabullante apuesta visual que condensa las historias y los relatos del Rey Arturo, de Sir Thomas Malory, otorgando corporeidad al hombre, e insuflando humanidad al mito.
Un descomunal trabajo de guion de Pallenberg y el propio Boorman, para dar sentido cinematográfico, para narrar las andanzas de los hombres; cuando la tierra estaba regida por brujas y hechiceros, por caballeros y escuderos, por Reyes y Espadas de poder. Una historia en mitad de una superproducción hollywoodiense y el cine intimista de Boorman, que se apoya en la extraordinaria fotografía de Alex Thomson, para desarrollar un trasunto de ópera Wagneriana; un viaje físico y espiritual, transitando por el verde intenso de una tierra joven y salvaje hasta los ocres crepusculares del final de una era, apenas soñada.
Excalibur es vehemente y desproporcionada, una obra excesiva, que en su tercio final se vuelve turbadora, tomando una deriva mística y filosófica, acentuada por la prodigiosa banda sonora de Trevor Jones. A través de la leyenda de Arturo y el Reino de Camelot, se repasan las virtudes y las mezquindades de los hombres: la amistad, el amor, la valentía, la templanza, el honor, y claro está, también hay sitio para el rencor, la lujuria, la avaricia, la ambición....la traición.
Con un elenco de jóvenes actores que luego han sido grandes estrellas: Gabriel Byrne, Patrick Stewart, Liam Nisson, espectacular Helen Mirren como la bellísima Morgana, Nicholas Clay en la piel del atormentado Lanzarote, Nigel Terry encarnando al atribulado rey Arturo y la impagable presencia de Nicol Williamson, como Merlin, el Nigromante.
Una aventura medieval truculenta y onírica, donde los caballeros matan, poseen, comen y mueren enfundados en sus pieles de metal. Un triangulo amoroso entre Ginebra, Lanzarote y Arturo, mas allá de la bruma del tiempo; la eterna lucha entre el bien y el mal....
Dejamos que la bruma nos envuelva, mientras recitamos el conjuro de la creación: Zacarias Cotán, Salvador Limón, Gervi Navío y Raúl Gallego.
Gervasio Navío Flores.
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Tiempos de armaduras, caballos y nigromantes, del druida Merlin y su ambiciosa y bella discípula Morgana, sedienta de venganza y futura madre del parricida efebo dorado, Mordred.
El joven Arturo es el elegido. Su miedo más humano busca las respuestas en Merlin, que le responde que sea paciente, que no rompa lo irrompible.
Tras el auge de la Corte de Camelot y la Tabla Redonda, llegará la crisis. La irrupción de la duda, el fin de la armonía, el paraíso perdido. El egregio y perfecto Lancelot, paladín principal del Rey, y enamorado de Ginebra, la reina, huirá al bosque, intentando escapar de sí mismo, de su pasión, de su maldición, que irá a lomos de un corcel en su busca. Y ambos amantes disfrutarán su única, su última noche, antes que el rey traicionado los encuentre en lo más profundo del sueño.
Arturo encomienda al Caballero de corazón más puro, Parsifal, la búsqueda del Grial, el Cáliz Sagrado. Su último acompañante antes de zarpar a la isla de Avalon. Mortalmente herido, entregará la espada a Parsifal para que la arroje al agua y la Dama del Lago vuelva a guardarla. Suenan los solemnes acordes del Sigfrido de Wagner y un velero se aleja en el horizonte. Poesía y épica en el viaje del mito hacia la gloria.
La espada surge del lago, refulgente y poderosa. Merlin conoce el valor de la traición, la miseria de los celos. También comprende que su tiempo está acabado, por eso su expresión es condescendiente, astuta y algo triste. Sabe que a la oscuridad seguirá la luz, a la niebla el sol. Un día florecerán los almendros y ya no tendrán sentido sus conjuros, Morgana también debe retirarse. El aliento de la serpiente debe encerrarse en la cueva para siempre y quedar en el olvido, dar paso a la ciencia y el conocimiento, a la esperanza de un mundo mejor.
Raúl Gallego
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