La Gran Evasión

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domingo, 5 de julio de 2020

279 - El Paso Suspendido de la Cigüeña - Angelopoulos 1991

Vean esta película, véanla, porque es excelente. Y, además, escuchen este postcad . Porque, si no lo hacen, dejarán de escuchar a Raül arrancar suavemente en una presentación asombrosa, solo anunciando, de corrido, dejando espacio a seguir hablando, después, como quien suma y da lugar. Y luego el maestro, el bueno de Zacarias, que dejó diez segundos opacos, con la elegancia meridiana de quien no tiene complejos, porque sabe, en su ponencia inicial donde abría, en canal, el plantel de posibilidades y virtudes de una película que no teniendo en el Olimpo sin embargo apreciaba, y dijo, es una hermosa obra. Y vino Salvador, como siempre despacio, casi escondido, para decirnos de temas, y ventanas y andamiaje perfecto de quien hizo maravillas que aún roban el alma. Y ahí anduvo uno, que ya lo sabía, para augurar el mejor programa, el mejor hecho, desde que tengo consciencia. Y vino la música, y los espacios, las oportunidades y los turnos consensuados, con el límite de la educación y  el amor a la sapiencia, dado en el cine cuando este se acerca, a esa voladura de color a verdad que a nosotros nos calla y a él lo enaltece.

    Un hombre escribe un libro, luego no lee un papel y por fin deja de hablar, para siempre. ¿Qué ha pasado?, no lo sé, pero algo ha ocurrido. Otro hombre, joven, de gafas, busca. Tiene una cámara, una mirada, e intenta con los suyos ganarse el pan; hasta que se da cuenta: ganarse el pan no basta. Cambia.

    La excelente película de Theo Angeolopoulos trata el concepto de frontera como una noción permeable, la física, la moral, la existencial, hasta llegar al corazón del espectador ya trasladado al vagón desde donde nos miran los capturados, ilegales, de frontera. Nos miran, nos auscultan, asombrados ante nuestra indolencia, espejo narrativo de unos espectadores, desde entonces protagonistas, que se han visto asaltados en su pasiva situación en la sala.
Ya no habrá escapatoria, nos vemos inmersos en esta epopeya mística de reencuentro espiritual del hombre con el entorno, defraudado, en el que el artista dibuja al otro con nuestros ademanes y vicios, para poder sentirlo.
 Dicen los compañeros, desde Renoir y su naturalismo hasta López con las sobreimpresiones del paisaje reforzado, de Welles y su tiempo no de niño, de viejo, histórico, de Mizoguchi y su pincelada, la maravilla de Öphus y su temple, hasta de un Coppola existencial pero más optimista o el mismo Dreyer, sagaz, orquesta en una estructura de férreas líneas invisibles. Y todo marcha, y se define mientras vamos avanzando por el camino penoso de un sufrimiento tan necesario como certero.
Magistral, véanla y escuchen este  podcast.

José Miguel Moreno

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“¿Cuántas fronteras tenemos que cruzar hasta llegar a casa?”

A través de un monitor el periodista observa a los que se van a encontrar. El hombre, de aspecto cansado, el misterio a desentrañar, el enigma del que quiso cruzar sus propias fronteras. En los umbrales de la falsedad y el ruido reposa la renuncia de un político que no va a levantar más la voz. Callar para escuchar la música detrás del sonido de la lluvia, alejarse lo más posible hacia la periferia de los afligidos y nunca volver.
Theo Angelopoulos nos acerca a la sala de espera, el rincón de Grecia más próximo a la frontera con Albania donde refugiados de diferentes etnias viven en la escasez . Corría 1991, con el conflicto de los Balcanes en plena escalada y las brechas de la guerra manando sangre, después todo sería aún peor.
El reportero reconoce el rostro de alguien en las imágenes que acaba de filmar, el documento se convierte en ficción y la ficción refleja lo que está ocurriendo ahí fuera. El viaje interior de maduración, una experiencia vital, como la de Harvey Keitel en La mirada de Ulises, o la adolescente de Paísaje en la Niebla, los niños, los más débiles, los Olvidados de Buñuel. Y en la forma, la parsimonia y los planos larguísimos del griego, con mitologías de la antigüedad. Coreografías trágicas narran la búsqueda mutua del Odiseo y de Telémaco, con una Penélope que ya no puede reconocer a su marido. Les separa un río, un mar de alambradas, de árboles secos, trenes varados, ruindad y frío.

Raúl Gallego


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