La Gran Evasión

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martes, 16 de junio de 2020

276 - Un Profeta - Audiard 2009

Ser audaz a golpes de cobardía, cuando no queda otra opción que meterte una cuchilla oxidada en la boca, aunque te cortes la lengua y un hilo de sangre asome. Es preciso actuar, la sangre llama a la sangre, aunque no puedas mirar lo que acabas de hacer, y convivas de por vida con el fantasma de tu primer muerto. La barbarie suele encontrar los recipientes más apropiados en su ejercicio, y el capo corso Luciani  confía en su intuición, es un perro viejo.
Transigente como un buen maquiavelo del crimen. El chico entro en prisión sin contactos ni dinero, carne de cañón que debe espabilar, no olvidar nunca de donde procede, de la basura, del barro, no olvidar quien es, el árabe, el profeta, Malik El Djebena (espléndido Tahar Rahim). El joven conoce el tiempo de su condena, seis años, no va a alargarlos, debe ser paciente, aún no forma parte de ningún clan.
Títere y protegido del corso (un convincente Niels Arestrup), va descifrando las leyes internas del centro penitenciario. Un calabozo oscuro, un agujero maloliente, una celda dentro de otra, puede ser la salvación, los muros contienen el peligro en tiempos de vendetta. Sólo hay que actuar, esperar, sobrevivir, y la media sonrisa asomará tras la revelación.
Muy buen escrita por Jacques Audiard y Thomas Bidegain sobre una idea: deAbdel Raouf Dafri,  bien llevada a la pantalla, a veces con una cámara al hombro para transmitir
el nervio necesario, sin caer en el subrayado.  Audiard transciende el genero, su pulso narrativo e intensidad nos mantienen en vilo en la carrera hacia el poder de un paria con más luces de las que sugiere en una primera impresión.

Raúl Gallego

Esta noche medramos entre barbudos y corsos para salvar el pellejo...

José Miguel Moreno, Zacarías Cotán, Gervi Navío, Salvador Limón y Raúl Gallego.






Da miedo. Al pobre lo inculpan, no hay escapatoria, en un asesinato convenido para saldar cuentas y eliminar posibles testigos incómodos. Luego va, y baila y lo ve siempre y hasta lo quema, o arde, pero ya está todo dentro y se acuerda. Aparecerá largamente, como un amigo no invitado, que sin embargo acompaña, para quedarse.
 El patio es grande, y la playa blanca de aguas claras es preferible al gasto; se respira un ambiente que tiene que ver con lavida y nos deja un momento, solo, con la curiosidad de que podría haber pasado; en silencio, con una tranquilidad pasmosa. Pero luego vuelve al mundo, sin pestañear, y sin dolor ninguno, para que no se note, en régimen semipresencial y todo eso. Tiene los ademanes, y las palabras, y el encuadre discreto, aguantando la pose desinhibida suficiente, para agregar su tiempo, que es de muerte y escarnio. Sin un átomo de vida, que cree y denuncia, rota por otros, el muy hijodeputa.
Descansa y muere, en su sillita de madera y balanceo lento, benévolo, como un tal y un cuál, o un nosotros,  cualquiera que no mira a su espejo.

José Miguel Moreno






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