Quitarse de encima las telarañas de la edad es un sacrificio que, muy a
menudo, nos devuelve una dignidad que creíamos perdida en los ojos
quemados por el horror y la soledad. En esta ocasión, Clint Eastwood,
impresionante y sabio, nos regala un auténtico gozo para el alma que tan
bien sabe pintar, un sobrecogimiento para la vejez que tanto nos espera
y un estremecimiento para las lágrimas que luchamos para no derramar.
Y es que los hombres, cuando tienen un pie en el estribo a punto de
partir hacia el ocaso definitivo de la muerte suelen mirar a su
alrededor para ver qué es lo que han hecho. Walt Kowalski tiene plena
conciencia de que sus hijos no le quieren, de que su mujer murió
dejándolo en compañía de una perra y de unas cuantas cervezas y de que
el pasado se le presenta, justiciero y rencoroso, durante todos los días
de su vida. En su barrio, se siente extraño y muestra un cierto
desprecio hacia todos por la sencilla razón de que nunca ha sentido el
calor del cariño acariciando sus arrugas. La inmigración y las
reacciones que suscita están implícitas en esta película de un alcance
mucho mayor que el de una escopeta de mira telescópica y el sufrimiento
de quien mata vuelve a ser, como en Sin perdón, motivación y destino de
un hombre que está aterrorizado con la posibilidad de morir durmiendo.
Puede que, en un instante ajado de nuestras vidas, nos demos cuenta de
que sólo hay un par de cosas que realmente nos importan. Puede que una
de ellas sea un montón de chatarra lustrosa que guardamos en el garaje.
Puede que otra sea el cariño que un puñado de extraños vierten como un
agradecimiento que sea algo desconocido para nosotros. E incluso puede
que otra sea descubrir que hay alguien que sabe y conoce los entresijos
de un perdón que nunca hemos disfrutado. Y quizá seremos conscientes de
que el mejor castigo es dejar que la misma vida sea la encargada de
impartir justicia. De hacer que muera quien ya vivió, de dejar que se
pierda quien no supo vivir y de dar una oportunidad a quien pide a
gritos disfrutar de la vida.
En cualquier caso, en los rincones del alma de un viejo, hay todavía
mucho amor que repartir en silencios elocuentes. Hay la capacidad de
intentar un último esfuerzo de superación. Hay ironía para hacer que el
declive sea más llevadero en ese desidioso torbellino de la edad que
ronda la muerte. Hay todavía unas cuantas cervezas más que apurar
mientras irse puede ser un último cigarrillo liado con las hebras del
placer.
En esta película, hay escenas de John Ford salidas de las entrañas de un
hombre que sabe mostrar, con su última obra, cuál es el auténtico mutis
de los héroes, la verdadera salida de los hombres que supieron hacer
cine, el atardecer teñido de sangre de una vida que ha merecido la pena
aunque puede que no haya conseguido ser novia de la felicidad. Aquí,
Clint Eastwood, nos maneja con esa maestría insuperable en la que
sugiere y no muestra, en la que muestra y no mata, en la que revisita al
director que más y mejor ha sabido ser su maestro como el tuerto genial
(y, no, por mucho que digan, Eastwood aprendió la técnica pero bebe más
bien poco de Don Siegel y de Sergio Leone. Él y su cine poseen el
genuino sabor de Ford) y nos deja con la sensación de haber visto una
gran película, de haber asistido al último cabalgar del jinete pálido,
de oír el último giro del tambor del revólver de Will Munny en Sin
perdón o de, incluso, encajar el último uppercut de la chica que valía
un millón de dólares. Él, con su dirección y su interpretación, hacen
que el gesto de los dedos parezca una pistola humeante en busca de una
historia que sólo él sabe contar. Es el final. Es la última canción. Es
la última bala disparada con la tranquilidad del mejor. Es fantástica.
César Bardés.
Esta noche, acompañamos al duro y gruñon Kowalski en su sentencia final,
José Miguel Moreno a la dirección, Gervi Navío, Isabel Moncada, y nuestro crítico de cine César Bardés.
Que gran historia, que sensible el amigo Clint, sí, se escapa una lágrima y nos redimimos con Walt, magistral, vaya ritual antes de su sacrificio, se compra el traje con el que lo van a enterrar, se corta el pelo y se afeita a navaja en la barbería del viejo italiano hijo de puta, fuma en la bañera, se confiesa con el joven cura consuela viejas, se despide de su perra dejándola en buenas manos... ..impide que un chico arruine su vida...Extraordinario Clint Eastwood. Un maestro, muy buen análisis. Gracias
ResponderEliminarExtraordinario Clint, a pesar de su mueca de disgusto y su ceño fruncido sentimos que hay un buen tío detrás, que no venderá su Gran Torino por un puñado de dolares. Sencillamente está de vuelta, que será de su perra cuando él no esté maldita sea, gracias por escucharnos.
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