La Gran Evasión

La Gran Evasión

domingo, 25 de noviembre de 2018

203 - La gran Evasión - John Sturges 1963

Nada más entrar en el campo de concentración, Steve McQueen coge un montón de tierra para comprobar su textura, el subsuelo del Stalag Luft III parece fácil de excavar. El actor rubio despega su carrera en La gran Evasión, y despliega todo su carisma, tras destacar en Los siete magníficos, también del todoterreno John Sturges, allí también estaban Charles Bronson y James Coburn. El oficial cabalga en su Triumph por las praderas en busca de la frontera alemano-suiza, enredado en la maraña de alambres, deja su efigie para los anales del cine, nuestro particular icono del programa. El capitán de aviación Hilt, otra manzana podrida en el cesto, tal como denomina el Coronel Von Luger a los prisioneros especializados en fugas. Esas ovejas negras no son héroes, son simplemente hombres con tesón y camaradería, eso sí, con el espíritu necesario para cavar un túnel o buscar los tablones para apuntalarlo donde sea, hasta en los camastros de las literas, un falsificador que se están quedando ciego y aún ve los pájaros, un australiano manitas, un proveedor de cualquier cosa, cámaras fotográficas, pegamento o chocolate, asesores de la Inteligencia de la misma RAF, o un tipo de aire insolente con un guante de béisbol, y una pelota que rebota con el ritmo de la voluntad contra las paredes de una celda de castigo.
Tom, Dick y Harry, los tres tuneles independientes del plan de Roger Bartlett, Richard Attenborough, el cerebro de la operación, el gran X. Trabajo duro y secreto para poder salir del agujero, vicisitudes narradas en su primera mitad con un tono casi lúdico, con la espléndida partitura de Elmer Bernstein que va tomando tintes dramáticos a partir de la muerte del topo, de Ives, el escocés bajito ya no puede más. Una lástima que se quedaran cortos al calcular la distancia de salida del túnel con respecto al campo, la cabeza de Hilt saliendo del hoyo y comprobando el error con los vigilantes en la penumbra, abajo espera un grupo de hombres capaces hasta la extenuación, otro plano memorable en esta epopeya de valientes con ansias de libertad.

Raúl Gallego.

Esta noche expandimos con pataditas la tierra por el campo...

José Miguel Moreno, Raúl Gallego, Gervi Navío, y César Bardés.

Artículo sobre La gran evasión, por César Bardés

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JOHN STURGES: EL COLOR DEL DESIERTO























El cine de John Sturges se caracteriza por la descripción de situaciones de algunos hombres buenos que han sido trasladados a medios hostiles a los cuales no pertenecen. Y esos hombres deben sobreponerse no sólo a tales ambientes, sino también a la acción de sus enemigos naturales. A sí pues, podríamos decir que lo que le interesaba a este singular cineasta es la grandeza humana para superar las dificultades que, por otra parte, no siempre dejan satisfechos a sus protagonistas. En cuanto a su gusto estético, sus películas siempre han tenido un color arenoso, caliente, como si el polvo del desierto se adhiriera al objetivo de la cámara y, entre grano y grano, vislumbráramos las figuras de unos hombres de quemado pretérito y desolado futuro.
Procedente del oficio de montador (entre otras, estuvo a cargo de la moviola en Gunga Din, de George Stevens), John Sturges dejó un buen puñado de excelentes películas de las que no extrajo el prestigio que merecía (se le tachó de “comercial) pero que dejan constancia de un raro talento empobrecido por una personalidad un tanto errática. Una pequeña joya muy desconocida para el público es El caso O´Hara, con un Spencer Tracy enfermo del corazón y que decide arriesgar sus arterias en la resolución de un asesinato que parece totalmente claro pero que le arrastra hacia una vorágine de acontecimientos que demuestran lo contrario. Una película de pulso firme y excelente factura que se convierte, quizá, en la mejor película que Sturges llegó a rodar en blanco y negro.
Una pequeña obra maestra, ya en ese color que parece nublar la vista de calor, fue Conspiración de silencio, vertiginosa de planteamiento, nudo y desenlace (la película apenas dura una hora y veinte minutos) y contando con un reparto de auténtico lujo que incluía otra vez a Spencer Tracy (fantástico, dominador aplastante de toda la historia), Robert Ryan, Walter Brennan, Lee Marvin, Ernest Borgnine y Dean Jagger, es un inquietante western contemporáneo localizado en un pueblo perdido en medio de ninguna parte con una notabilísima dirección de actores y descripción de ambientes. Su retrato del forastero con una mano inútil que llega a un villorrio para entregar una medalla al valor al padre de un compañero de raza asiática que combatió junto a él en el frente y se encuentra con un enrarecido temor entre los habitantes, víctima de un feroz caciquismo, es de una potencia excepcional haciendo que, cada vez que la volvamos a ver, pasemos un mal día en Black Rock.
En 1957 se atreve a ofrecer su particular visión del duelo de OK Corral afrontando las posibles comparaciones con John Ford y su Pasión de los fuertes en la muy notable Duelo de titanes, contanto con Burt Lancaster en el papel de Wyatt Earp y con Kirk Douglas en el de Doc Holliday y saliendo más que airoso del envite. Si bien el Earp de Sturges es algo más expresivo y humano que el hombre adusto que nos presentó Ford y su Doctor John Holliday es ciertamente más complejo y fascinante, el film está desprovisto de ese romanticismo épico que Ford imprimía a sus películas pero, en cualquier caso, es una excelente versión de gran fuerza (una de las características más preclaras del cine de Sturges) que ha quedado como todo un clásico. Consigue otro western de gran calidad con Desafío en la ciudad muerta, una especie de película de cine negro trasladada al Oeste sobre un hombre que intenta rehacer su vida y un antiguo compañero de fechorías que le devuelve a su pasado más oscuro. Si bien la elección de Robert Taylor es más que discutible, la de Richard Widmark es muy acertada y el film tiene mucho vigor rozando la obra maestra.
Por esta época, el gran cineasta Akira Kurosawa se pone en contacto con él puesto que está preparando su película Yojimbo y, deseoso de reflejar un ambiente parecido al de Conspiración de silencio, le pide asesoramiento. Sturges acepta pero le ronda en la cabeza una adaptación al western de Los siete samurais y renuncia a todo salario a cambio de que Kurosawa fije un precio razonable al vender los derechos de su historia. El maestro japonés aceptó la propuesta.
Deseoso de obtener cierto prestigio, Sturges acepta el encargo de adaptar a Ernest Hemingway en El viejo y el mar con un inmenso Spencer Tracy de protagonista, pero su visión de la historia del pescador que atrapa la presa de su vida en aguas profundas y durante el regreso es devorada por otros peces, no es nada apropiada, quizá por la carencia de acción al estar casi íntegramente situada en la barca del pescador con Tracy como único elemento de la escena. Para arreglar el desaguisado se tiene que llamar a Fred Zinnemann, algo más experto en estas lides. El cualquier caso, el film fracasa con estrépito, a pesar de la nominación que le cae a Tracy, y Sturges, desde entonces, sólo se dedicará a hacer lo que mejor sabe. Así pues Cuando hierve la sangre, un film muy cercano al melodrama a pesar de ser de ambiente bélico en Asia, resulta ser una estupenda película que arrancia una notable interpretación a Frank Sinatra y descubre para el cine, en un papel muy secundario, a un joven que roba todas las escenas en las que aparece y que responde al nombre de Steve McQueen. Por otro lado, a raíz del rodaje, nace una buena amistad con Sinatra y, por ende, con su famoso clan hasta tal punto que cuando , algunos años después, se pone en pie el segundo proyecto familiar del famoso Rat Pack, en concreto Tres sargentos, el elegido para la dirección es John Sturges. Ese mismo año dirige otra obra maestra: El último tren de Gun Hill, con Kira Douglas y Anthony Quinn en una historia de venganza, racismo, brutalidad, amores y odios paterno-filiales y una tensión creciente que la convierte en una inteligente película (con esa relación juvenil entre los dos protagonistas apenas esbozada pero clarísima) de terrible violencia y única.
Por fin, Kurosawa cede los derechos de Los siete samurais, Yul Brynner pone algo de dinero y Sturges realiza Los siete magníficos, excelente película que, a pesar de los esfuerzos en contra de Brynner, encumbra a Steve McQueen y que respeta casi en su integridad el original japonés (de hecho, Kurosawa aplaudió la película diciendo: “Nunca pensé en mi película como un western…y debo decir que es muy buena”) haciéndolo cercano a lo legendario con la impagable ayuda de la banda sonora de Elmer Bernstein, soporte perfecto para el galope de unos hombres sin arraigo que cabalgan hacia la muerte porque en sus vidas les habían ofrecido mucho dinero por matar, pero nunca les habían ofrecido todo.
Se marcha unos días a Japón para colaborar en el rodaje de Yojimbo, que resulta ser una obra maestra y, al regresar, después de la incursión con el clan Sinatra, Sturges realiza su mayor éxito comercial y artístico: La gran evasión, clásico entre clásicos de campos de prisioneros, basada en hechos reales, aunque Sturges modificó la realidad histórica agrupando a varios personajes en uno solo e introduciendo, con el ojo puesto en la taquilla, personajes estadounidenses cuando en ese campo de concentración sólo había británicos, canadienses y australianos. En cualquier caso, es un film brillante, con extraordinarias escenas de acción y un gran sentido del humor que alivia y alimenta la enorme tensión de las distintas fugas. En el rodaje tuvo el asesoramiento de varios supervivientes de la evasión real que, como anécdota, llegaron a saltárseles las lágrimas al ver la recreación en decorado del famoso túnel.
Parece ser que a partir de ese momento, el interés de John Sturges por el cine fue decreciendo paulatinamente pues pierde gran parte de su fuerza y su punto de mira está desplazado hacia la que fue su gran pasión: la pesca. Por otro lado, el multitudinario éxito de Los siete magníficos y La gran evasión le permitió pasar largas temporadas sin trabajar, regresando a la dirección sólo para sanear su cuenta corriente. Primero realiza La hora de las pistolas, curiosísima película que comienza con un nuevo duelo del OK Corral con James Garner y Jason Robards como protagonistas y que se dedica a narrar lo que pasó a continuación con grandes pasos dados en dirección hacia el realismo y a la fidelidad histórica. Como muestra podríamos decir que reproduce con exactitud la duración y la situación del famoso duelo, que apenas duró unos segundos y carece, como siempre, de la espectacularidad que el cine siempre le ha conferido. Es un intento más que notable con excelentes críticas de la época.
Le ofrecen la adaptación del best-seller de Alistair MacLean Estación Polar Cebra, una apasionante trama de espionaje, submarinos en aguas heladas, personajes de doble y triple filo, rusos y americanos embarcados en una carrera para recuperar lo que nunca debió perderse, asesinatos y una pequeña moraleja sobre la distensión entre las dos superpotencias. La película resulta estupenda, puro entretenimiento lleno de suspense y resultó ser un éxito de taquilla gracias a un Rock Hudson que, por entonces, estaba en la cresta de la ola, a un inusualmente bonachón Ernest Borgnine y a un muy de moda (debido principalmente a la serie El prisionero) Patrick McGoohan en un inquietante papel. Al año siguiente, dirige Atrapados en el espacio, una descriptiva película de ciencia-ficción sobre una hipotética misión de rescate de una tripulación espacial atrapada en una nave que muy lentamente va perdiendo oxígeno con Gregory Peck como jefe de todo el tinglado. Sturges aquí sorprende con un ritmo muy lento, alejado de la acción de la que era un auténtico especialista, en una absorbente historia que resulta irremediablemente angustiosa según se acerca al final. De esta película, sin ninguna duda, bebió el Apolo 13, de Ron Howard y ella misma, a su vez, está muy influenciada por su narración pausada que imperaba en el género en aquella época aunque, claro está, desprovista de toda disquisición filosófica. Sturges adquiere una finca en la orilla de un lago y se va retirando allí largas temporadas. Algunos años después, vuelve a dirigir un western de corte realista con Clint Eastwood de protagonista y titulado Joe Kidd, recibiendo por ella muy buenas críticas pero ya a partir de aquí, Sturges pierde definitivamente el rumbo. Otro western (flojo, desacertado, aburrido y carente de interés) es Caballos salvajes, con Charles Bronson y aún es peor cuando se atreve a dirigir a John Wayne en un policiaco titulado McQ, intento de que el Duque siga la estela que había abierto Clint Eastwood con Harry el sucio.
Su último proyecto fue Ha llegado el águila, interesantísima recreación de la frustrada tentativa por parte de un comando alemán, de asesinar a Winston Churchill, algo que se dio en llamar “Operación Águila”. La película tenía casi todo para triunfar: un reparto excelente (Donald Pleasance, Larry Hagman, Treat Williams, Robert Dubai, Donald Sutherland y un extraordinario Michael Caine), un argumento de primera línea, un diseño de personajes muy eficaz, que incluía a Heinrich Himmler…pero, a pesar de que obtuvo un moderado éxito, a Sturges le interesaba ya tan poco el cine que ni siquiera quiso supervisar el montaje de la película huyendo, el mismo día que finalizó el rodaje, a pescar a su finca. Como consecuencia de ella, la cinta tiene evidentes fallos y baches que lastran considerablemente a una buena película que pudo ser mucho, mucho mejor.
John Sturges falleció en 1997, veintiún años después de su última película, víctima de un enfisema pulmonar. Pocos como él prefirieron un medio tan lejano del que le había dado todo pero que, probablemente, harto de los sempiternos intereses creados, dejó de interesarle. Quizá él fuera todos y cada uno de los personajes protagonistas de sus propias películas pasados por el tamiz de una visión inundada por el caliente y polvoriento color del desierto.

César Bardés

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