La Gran Evasión

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jueves, 12 de julio de 2018

189 - Terciopelo Azul - Lynch 1986

Nunca existen indicios en la vida de lo que nos puede ocurrir en el instante siguiente. Uno confía en que todo irá bien, siguiendo un esquema ordenado de acontecimientos. El sentido común no siempre se impone, el caos acecha en la trastienda. En las tranquilas noches de Lumberton la luz de las farolas cae mortecina sobre el césped húmedo, en las urbanizaciones, los barrios de personas aparentemente normales, que viven sus rutinas sin querer caer en la cuenta de que existe gente como Frank. El terciopelo azul excita al papaíto, el fetichismo de un pervertido que se droga con gas a través de una mascarilla, el terror del otro que llama a la puerta en el silencio de la madrugada.
Jeffrey pasa por un momento duro, su padre acaba de sufrir un infarto mientras regaba el jardín, el crío despistado y bonachón tiene que espabilar. Jeffrey se aburre en la ferretería, entre los muros de su habitación de adolescente, hasta que un día cualquiera el hallazgo entre la hierba de una oreja humana le obsesionará hasta límites insospechados. En la planta numero 7 de la calle Linton habita la cantante rota, enigmática, Dorothy enseña su espalda desnuda en el club nocturno mientras canta Blue Velvet, la mujer de la peluca se desnuda ante un voyeur escondido en un armario. La intoxicación del  lado oscuro puede sacarte del sopor diario, ahí fuera un tipo maligno aspira gas y abusa de una mujer. No puede dejar de mirar, el chico ha decidido inmiscuirse en el peligro, en el  habitáculo de paredes rojas. ¿Por qué existe gente como Frank? La mojigata hija del policía, la chica de rosa, se deja llevar por la imprudencia del que juega a  ser detective.
David Lynch consiguió realizar este film esencial gracias al dinero de Dino de Laurentiis, y eso que el productor había ya perdido un pastizal con su anterior Dune.  Rodada en formato panorámico, la retorcida creación del artista de lo raro nos envuelve en un mundo perverso, bajo la hojarasca los insectos pululan sin descanso, en los clubes de alterne las prostitutas ajadas se sientan inmoviles, y el amigo de Frank, un tipo con rasgos de payaso hundido hace un playback perfecto del In Dreams de Roy Orbison. En el cine de Lynch la belleza se funde con lo tenebroso, la rutina con la nostalgia del ayer, lo críptico con la sensualidad de una mujer de labios rojos y bata de terciopelo azul.

Raúl Gallego

Esta noche fumigamos la torre de Radiopolis en busca del lado oculto....

José Miguel Moreno, Gervi Navío, Raúl Gallego y desde Madrid nuestro crítico César Bardés.


Artículo sobre Terciopelo Azul por César Bardés


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“ Que títeres tan ridículos somos y que vulgar es el escenario en el que bailamos”. Seven (David Fincher).


 A mi me parece que nacemos muertos, y ésa es la oportunidad, sobrevivir, reponerse a la locura que no nos enseñan y seguir viviendo. O mejor, comenzar a hacerlo. Hay una posibilidad, o mil, de ir aprendiendo, ver el socavón, levantarse, estar de baja en acciones que comprometan e ir levantando el vuelo, pero aprendiendo, todo dependerá del tiempo que queramos perder. Y en eso está Lynch. Al tío le gusta la pasta, por eso se mete en proyectos de series, y es verdad que juega sucio, enseña la muleta y no hay toro, levantas la cabeza, ¿ que ha pasado? y claro vienen los mosqueos. No importa, no importa nada, solo sentir, y allí este cineasta es un maestro. No pudiendo negar la fuerza de sus imágenes, no solo innecesarias de construcción sino que muy al borde del segundo, un solo y corto segundo donde toda nuestra vida pasa por delante tan veraz como oscura, insoportable, como para seguir leyendo y entonces agarrado el hombre-espectador está muerto, con el leve suspiro de reconocer el magisterio.
¿Quién quiere mas de un segundo de ese infierno?. Yo no. Y por eso es necesario, “No somos lo que deberíamos ser.....” digo al inicio, y a fuerza de leerlo vemos que es cierto, instancia, repetición, búsqueda de un segundo aprovechable que viene del mismo infierno para coger fuerzas, ver en ello el lugar de vuelta, la construcción inmediata, la sonrisa oscura y seca que amordaza la falaz inteligencia de crédito,  ¡qué vulgaridad y cuanta miseria!, y mirar hacia dentro. Este tío como los clásicos, siendo posmoderno, es un romántico, que persigue e incita a la búsqueda, al reencuentro con un amor de cuando crío. La desnudez de no entender nada, que falta hace, para mirar desde un armario. Deja evidencias monstruosas la negación de ese lado siniestro, el único, lo otro es la máscara, en que el horror de la pérdida ahuyenta a los muertos, chillando a quejidos con viles silencios, vestidos de armónica cordura o soporíferos, inciertos.  Negar esta evidencia constituye el contrato, de pago brindado y público, que nos convierte en sonrientes, tristes, blanqueados sepulcros.

José Miguel Moreno


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