Los asesinos en serie han sido siempre atractivos para el público, desde Jack el destripador a El asesino de las rubias de Hitchcock y M, el vampiro de Dusseldorf - Fritz Lang- El hipnotismo fantasmagórico de esos films pervive en La escalera de caracol, su fotografía de flashes y sombras, y el suspense con estilo detectivesco clásico de casa rural inglesa. Y eso que en realidad tampoco hay muchos candidatos a ser el dueño del ojo que inunda la pantalla, se ajusta los guantes de cuero, con un objetivo común, quitar la vida de mujeres con una tara. Que coincidencia que la protagonista -estupenda Dorothy McGuire- sea la víctima ideal, no puede musitar una palabra, un trauma de infancia le hizo perder la voz.
Los hechos transcurren en una unidad de tiempo, una tarde y una noche de tormenta, con un ambiente cada vez más siniestro, más denso, y en un caserón con vida propia, en la planta de arriba vive postrada junto a una chimenea y multitud de trofeos de caza la señora Warren – Ethel Barrymore. , una extraña mujer de larga trenza y facilidad para dormir despierta. Siodmak concentra la historia con maestría, la cuenta de un tirón, ajustando cada detalle, cada truco de guion para aumentar la intriga, intenta no dejar tan claro que el mayor sospechoso ahí es el profesor – George Brent, de bigotillo fino y mirada oblicua- De la novela original de Ethel Lina White, Mel Dinelli y el productor Dore Schary cambiaron el té británico por el apacible entorno de Nueva Inglaterra.
Esta noche buscamos el revolver de la señora Warren…
Zacarías Cotán, Salvador Limón y Raúl Gallego
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