«Para dirigir una película hay que tener humildad. ¿Es usted humilde?» Es la respuesta del actor Ivan Triesault, Von Ellstein, un trasunto de Fritz Lang o Joseph Von Stenberg, que decide dejar la película a ese productor que mete las narices en todo.
El mal y la belleza. Un productor sin escrúpulos y una ambición desmedida, la efervescencia de su ademán y la fascinación contagiosa de un tipo que desborda entusiasmo, y no dudará en defraudar a sus amigos, traicionar a sus amantes, Jonathan Shields, un manipulador nato, clavado a su difunto padre. El astuto hombre de negocios no concibe que al entierro de su padre no vaya nadie, y pagará a figurantes, como si el sepelio fuera otra pantomima, otra coreografía ficticia, nadie cree que merezca la pena despedir a un tipo que los maltrató en la vida real.
La belleza de una mujer desesperada, también a la sombra de un padre actor que conoció los laureles del éxito. El peligro de Hollywood, la riqueza y el miedo abrasan a Lana Turner, una actriz que se interpreta un poco a sí misma, insegura, siempre al borde del precipicio. Adorable en su pijama blanco, ausente y vulnerable a partes iguales.
Las verdades y mentiras del cine, los decorados, los focos, las grúas abriéndose paso en el plató y una triple llamada de teléfono. El director, la actriz y el escritor han conocido la fama gracias al señor que otra vez los reclama, él los descubrió, confió en ellos y les dió la espalda, ahora está en horas bajas.
Vincent Minnelli afirmó que todo lo que amaba y odiaba con relación a Hollywood estaba en el guion, espléndido y escrito por Charles Schnee, sobre una historia original de George Bradshaw. Las sombras de John Houseman, productor de Ciudadano Kane, y de David O Selznick se proyectan sobre la personalidad de Shields, el hombre hecho a sí mismo que no se preocupará en absoluto por gastarse los ahorros de los que le rodean en una partida de poker, de pegársela a la actriz rubia platino con cualquier otra, de utilizar al que se creía su amigo. Shields conoce las virtudes y debilidades de cada uno, su egoísmo sin límites le impulsa hacia adelante. Un portentoso Kirk Douglas crea un personaje que sabe construir y destruir todo lo que toca.
El auge del sistema de estudios estaba cercano a su fin cuando Minnelli rodó Cautivos del mal y, con su delicado y exuberante manejo de la cámara, su perfecta composición de planos, creó otro clásico maravilloso. A destacar el resto del reparto, Barry Sullivan, Dick Powell, Gloria Graham, Gilbert Roland, o un persuasivo Walter Pidgeon en el papel de Harry Pebbles, el productor ejecutivo convoca a los tres personajes en su despacho, mientras los Oscars conseguidos por Shields en sus arriesgadas apuestas les observan desde la repisa, un teléfono negro suena, y tres flashbacks desglosan la maldad y el atractivo de un genio.
Raúl Gallego
Esta noche sacamos lustre al escudo de armas de Shields Productions en Radiopolis...
José Miguel Moreno, Zacarías Cotán, Gervi Navío, Raúl Gallego, y nuestro crítico de cine César Bardés.
Artículo sobre Cautivos del Mal, por César Bardés
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