En la comunión de Anthony, el hijo de Michael, Frank Pentangeli vocifera borracho a los músicos de la orquesta que toquen una tarantela, y no saben, esos americanos no saben dar forma a las tonadas de su tierra querida, esa tierra de la que tuvo que huir junto con tantos otros a buscarse la vida en la Grande America.
La saga de los Corleone cobró altura en la segunda parte de El Padrino. Ya no estaba Marlon Brando y fue un Robert De Niro en su apogeo el que representó a Vito Corleone, Al Pacino, Talia Shire, Diane Keaton, John Cazale, Robert Duvall o incluso James Caan en la secuencia final de la reunión familiar siguieron prestando sus rostros a los recordados personajes de la primera parte. Coppola se superó, escribió un guion que a Pacino no convenció, le dijo que si no lo perfeccionaba no formaría parte del reparto, Coppola entró en pánico y lo reescribió. De ahí esta gran continuación donde los hermanos se traicionan y condenan, Michael pierde a su esperado vástago en un aborto provocado de su infeliz esposa, la madre Constanza, serena y protectora, conversa entre sombras con el hijo elegido, Fredo y Michael huyen en la noche de una Cuba turbulenta con los combatientes castristas en sus calles, el maestro de la interpretación Lee Strassberg aporta uno de sus pocos personajes cinematográficos, Hyman Roth, el anciano gángster cuyas miradas y comedidas frases mueven los hilos y traicionan o protegen siguiendo los dictados de la Cosa Nostra.
Audaz estructura de saltos temporales, elipsis y montaje paralelo, y una sublime ambientación del director artístico Dean Tavoularis y su equipo. Coppola cuenta con aires bíblicos la vida de Vito desde niño, cuando se llamaba Vito Andolini y Don Ciccio mató a toda su familia en el pueblo siciliano, de ahí al barco donde los emigrantes miran con esperanza la costa y los contornos de la isla de Ellis, entre ellos un niño mudo, el huérfano sólo canta las tonadillas sicilianas de su madre, fuera en la ventana la estatua de la libertad dibuja algo similar a la esperanza. Un soberbio De Niro conforma las facciones de un Vito imberbe, se adivina la voz del Don, su serenidad, los sobrios gestos toman forma y los códigos intocables de la justicia, la familia y la lealtad se afianzan en su espíritu.
George Lucas advirtió a su amigo Coppola que tenía dos películas, que desechara una porque si no no funcionaría, menos mal que no le hizo caso y permitió que Vito asesinara sin remordimientos al indigno Fanucci, que Connie intentara que Michael no acabara con la vida del desdichado Fredo, que Al Neri comprendiera la orden en la mirada sin compasión del Don al abrazar a su hermano, y al fin, un Michael condenado por sus propias acciones, un rey Shakesperiano caído en desgracia, sanguinario Ricardo III, confundido Macbeth, traicionado Rey Lear, quedará solo en la mesa y la luz se retirará poco a poco hasta que baje el telón.
Raúl Gallego
Artículo sobre El Padrino II, por César Bardés
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En 1974, Francis Ford Coppola, arropado por el éxito de El Padrino, con total control por parte del estudio y un talento descomunal, se rodeó del mismo equipo técnico de la primera parte, para ofrecernos las claves de la familia Corleone. Expandiendo una historia hacia atrás y hacia adelante, como nunca antes se había hecho en el cine, con riesgo y pericia, con un elenco de actores en estado de gracia y un relato que corre paralelo a la America del siglo XX, al Capitalismo, al Sueño Americano por antonomasia. En los ojos de Michael Corleone y los gestos de Vito Andolini, se concentran la tragedia y el precio por una ambición desmedida, un alto precio a pagar por el poder.
Coppola apostó por Robert de Niro para encarnar al joven Vito, un riesgo, dado el peso de Brando en la primera entrega y su impresionante caracterización del Don, pero Robert de Niro despliega una actuación simplemente extraordinaria, de la mano de Coppola da vida al joven Vito, vemos antes nuestros ojos, como se forja la voz, los gestos, el carácter de ese Padrino al que dio rostro Brando, absolutamente brillante.
Al Pacino no se queda atrás, apoyado en una frialdad pavorosa, se convierte en Michael Corleone, vemos al monstruo tras cada golpe que lo hace mas poderosa, tras cada jugada maestra, su humanidad se va perdiendo, mientras la obsesión de su padre, La Familia, se hace pedazos, justo cuando más la protege, cuanto más intenta salvaguardarla, mas la destruye por dentro, con decisiones imperdonables….el pobre Fredo, da fe del gélido corazón de Michael, en el que no cabe la piedad. John Cazale en uno de sus papeles más inmensos.
Diana Keaton, Kate, tampoco soporta al ser en el que se ha convertido aquel joven soldado que conoció, otra víctima de la ambición, con unos momentos junto a sus hijos inolvidables.
Robert Duvall, como el hermanastro Tom Hagen, también tiene extractos brillantes, esas escenas al atardecer con el viejo Pentangeli en la cárcel, son fascinantes, otro acierto de la película, suplir la baja de Clemenza, con Frank Pentangeli, Michael V. Gazzo, el traidor traicionado, el gánster de los viejos tiempos, que no puede escapar a los tentáculos de Michael Corleone…
En fin, una secuela portentosa, dos relatos a dos luces, gracias a la maravillosa fotografía de Willis, revisitando espacios y situaciones comunes, que ya vimos en la primera película, alternando tiempos y tempos para conocer el origen y el destino de los Corleone, al abrigo de la magistral sintonía de Nino Rota, aún mas sutil, aún más melancólica si cabe. ..nos quedamos abatidos tras los cristales del ventanal de la mansión del lago Tahoe, junto a Michael, absolutamente solo. Acabamos de asistir a una Elegía, una reflexión Shakespeariana sobre el poder, un trozo de la historia del cine…. EL Padrino Parte II.
En la penumbra del estudio de Radiopolis, con los Cannoli en la mesa, el vino calentado la sangre y los ojos cegados por las miradas de Michael y la fiereza de Vito, esta noche lluviosa, comentamos la obra maestra de Francis Ford Coppola, José Miguel Moreno, Raul Gallego, Gervi Navío, nuestro oyente invitado, Dani Corleone, y desde las sombras del Cine, con la toalla de la crítica envuelta en llamas, nos apunta con su pluma… César Bardés.
Gervasio Navío Flores.
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