“Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo la maté. ¿Por qué? ¿Por qué? Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo no la maté. Ya estaba muerta. Yo no la maté. Ya estaba muerta. Yo no fui. No pensar. No pensar. No pienses. No pienses en nada. Tranquilo, estoy tranquilo. No me pasa nada. Estoy tranquilo así. Me quedo así quieto. Estoy esperando. No tengo que pensar. No me pasa nada. Estoy tranquilo, el tiempo pasa y yo estoy tranquilo porque no pienso en nada. Es cuestión de aprender a no pensar en nada, de fijar la mirada en la pared, de hacer que tú quieras hacer porque tu libertad sigue existiendo también ahora. Eres un ser libre para dibujar cualquier dibujo o bien para hacer una raya cada día que vaya pasando como han hecho otros, y cada siete días una raya más larga, porque eres libre de hacer las rayas todo lo largas que quieras y nadie te lo puede impedir.”
Una de las secuencias más tremendas del cine español aparece en este retablo del Madrid de la posguerra, un Madrid de los años 40, de tabernas, viejas de luto, prostíbulos, arrabales, señoritos decadentes, comisarías grises y policías que toman bismuto para aplacar sus gases. Una joven se desangra en una chabola iluminada por la inmundicia y los candiles, el Muecas, el padre de la infeliz, ha acudido a Don Pedro. El licenciado en medicina le practica un raspado cuando todo está perdido, el aborto más chapucero, el incesto, el descenso a los infiernos de un investigador que quería seguir los pasos de Don Ramón y Cajal, en una España más africana que europea quería descubrir el origen del tumor inguinal de sus ratones de laboratorio, los que le traían desde Illinois en avión. Una España de perros enjaulados que gruñen y piden auxilio, también hay hienas como el Cartucho, el tipo oscuro de la chabola más cercana maldice y jura venganza, navaja en ristre. Dorita, la hija de la señora de la pensión, suelta una carcajada cuando su abuela afirma que Don Pedro es un caballero de los de antes, un hombre con futuro al que hay que echar el lazo. A Pedro el destino le juega una mala partida. Es un tiempo de silencio y miseria, el doctor hizo todo lo que pudo, pero no importa, llega un momento en que todo da lo mismo, que importa el cáncer, Dorita, o la madre que parió al Muecas.
Vicente Aranda tuvo la valentía de adaptar en 1986 la gran novela Tiempo de Silencio, escrita por Martín Santos, una obra en la que se combinaban la narrativa tradicional con un complejo estilo, de meticulosas descripciones, monólogos interiores, y diferentes perspectivas de los hechos. Aranda traslada el enfoque existencial y fatalista del autor a su lenguaje cinematográfico, realza la figura femenina de Dorita, crea magníficos ambientes, y además tiene la suerte de contar con un estupendo y numeroso plantel, Imanol Arias, Victoria Abril, Paco Rabal, Charo Lopez, Joaquín Hinojosa, Juan Echanove o María Isbert entre otros.
Raúl Gallego
Esta noche empapamos una magdalena en ginebra en el café de Radiopolis...
Gervi Navío, Raúl Gallego y Miguel Olid.
DALE AL PLAY Y ESCUCHA EL PROGRAMA
Esta noche tenemos una cita con nuestra historia, analizamos Tiempo de Silencio, la adaptación, que en 1986, el gran Vicente Aranda hizo de la extraordinaria novela de Luis Martín-Santos. Una obra transgresora y descarnada que cambió el devenir de las letras españolas y que abrió en canal la realidad de aquella sociedad. Vicente Aranda, curtido y experto en adaptaciones literarias, era el director perfecto para esta difícil novela, contó por primera vez con Victoria Abril e Imanol Arias en los papeles protagonistas de Dorita y Pedro, para dar cuerpo a estos personajes que pululaban por el Madrid deprimido de posguerra, de miserias y bajezas morales, una burbuja temporal, no tan lejana, que hay que recordar. Un retrato sórdido y desencantado de nuestra España.
Una producción magnifica que derrocha puesta en escena, para recrear esos años, maravillosa la fotografía de Juan Amorós, consigue que sintamos el frío, olemos ese basurero, el sudor, el perfume barato, los bares, las pensiones, esa verdad desborda la película, a la miserable luz del carburo, en el interior de esas chabolas….perfecto el trabajo de escenografía y vestuario, que ilustran la época y a los personajes del relato.
Un reparto impresionante, con un soberbio Paco Rabal dando vida al Muecas (nada que envidiar a su Azarías de Los Santos Inocentes), un personaje abyecto, fiel reflejo de la miseria moral de ese poblado, que sobrevivía alimentándose con los deshechos de la ciudad, además, la pléyade de secundarios es increíble, Charo López, Juan Echanove, Paco Algora, Joaquín HInojosa (El Cartucho, otro personaje memorable), Diana Peñalver, María Isbert, y un largo etcétera.
Tiempo de Silencio es un fresco de una sociedad deprimida, en plena posguerra, supervivientes aplastados por la dictadura, con muy pocas escapatorias, el soniquete de la radio, las verbenas, el cine en ocasiones especiales, los cafés, los prostíbulos….poco más, apenas había esperanzas, ni pan, ni futuro.
Un retrato sin piedad de todos los estratos sociales, desde el golfo arrabalero, al señorito degenerado, Matias, Juan Echanove, pasando por la clase media, la Dueña de la pensión, que espera cazar un marido para su nieta. Vicente Aranda muestra temas espeluznantes con una dirección sobria y seca, incesto, aborto, traición, doble moral....muerte.
No dejen pasar la oportunidad y lean la novela de Martín-Santos, una obra imprescindible, no sólo por lo que cuenta, sino por el formato, los monólogos interiores, la subjetividad, su estructura narrativa nos describe la época y el interior de las gentes que la habitan, es un puzzle que hay que montar.
Es la historia de un fracaso personal, el de Pedro, un investigador médico que no logra su meta profesional, ni sentimental, el final es terrible, tan crudo como en la novela, un desengaño, una bofetada de realidad, para esa sociedad de principio de los cincuenta, enferma, desnutrida, tanto de ideales, como de esperanzas.
…un hombre es la imagen de una ciudad, y una ciudad las vísceras puestas del revés de un hombre….¨
Gervasio Navío Flores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario