Dos mujeres aisladas en un retiro bucólico junto al mar. Una cuidadora y otra convaleciente, sus dos rostros son las máscaras en una obra de teatro, una Electra con sentimiento de culpa, con una angustia existencial que la mantiene muda, y una cuidadora que termina confesando sus secretos más dolorosos, sus remordimientos mas punzantes. Una mujer en camisón en la alcoba, no sabemos si es un sueño o es realmente la enigmática actriz, la que sólo asiente o niega con los ojos, la que sólo grita cuando la amenazan con el dolor físico, la que hiere a la enfermera, la domina, la absorbe, vuelca sobre ella su hastío vital. Dos mujeres se transforman en una, un rictus imposible, un alarido, una mueca de dos perfiles yuxtapuestos, un monólogo repetido con la mitad de un rostro en la oscuridad total. La necesidad de amar frente a la imposibilidad de hacerlo. En un torbellino inicial de imágenes vemos los demonios a la luz del día, las sombras, la comedia del cine mudo, el sexo, la migala amenazante, la ausencia de Dios, el dolor, la enfermedad. Un niño en una cama quiere cobijar sus pies desnudos, un hombre se quema a lo bonzo, un crío con las manos en alto en el gueto de Varsovia, el vacío del abismo. Mientras tanto, en la seguridad ficticia de nuestras vidas, seguimos viviendo de cualquier manera, sin detenernos a pensar, sin quitarnos las máscaras, Elisabeth ha decidido dejar de fingir, de interpretar, a partir de aquí la paciente analiza, la enfermera habla y habla, busca su propia cura. Las caricias dan paso a la ofensa, a la agresión, los gestos se repiten en espirales, en racimos.
Nadie ahondó tanto en el alma humana como el maestro Bergman. Esta críptica obra, de las más aclamadas del sueco, se detiene en el momento imposible, se acerca a lo supremo parando el tiempo, dilatando el instante, escindiendo la frontera entre la realidad y la ficción hasta que la pantalla se quiebra y termina la ilusión.
Raúl Gallego
Esta noche viajamos al Báltico, damos un paseo con Bergman en su isla de Farö...
José Miguel Moreno, Gervi Navío, Raúl Gallego, y César Bardés.
Artículo sobre Persona, por César Bardés
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Esta fría noche nos adentramos en un territorio insondable, perturbador. Persona, la obra maestra de Ingmar Bergman, que en 1966 llegó a los limites de sus posibilidades, rozando esos secretos, sin palabras, que sólo la cinematografía es capaz de sacar a la luz. Una tesis sobre la identidad, las mascaras que llevamos, el reconocimiento a través del otro, los traumas, la soledad, el silencio…la incomunicación, una obra subyugadora de uno de los cineastas mas grandes del siglo XX, imprescindible.
Bergman es un mito, ha llevado al cine a caminos nuevos, explorando al hombre y sus monstruos interiores, un genio, quizás el que más se acerque a Dreyer, su cine nos da nuevas miradas, no sólo en la forma de contar una historia, sino que utiliza el medio para reflexionar sobre temas muy profundos, a través de vidas cotidianas.
En persona está todo eso, sus deseos y represiones, un monologo interior, o un duelo interior, mejor dicho, de dos personalidades bajo una misma figura, la de una mujer que simboliza ese proceso de vampirización donde la máscara que todos llevamos se destruye, el silencio y la confesión en un paraje frío y hermoso, reflejo de todo esa cultura nórdica, una sesión de psicoanálisis de este sueco loco que habla de Dios, de la Muerte, de Las Relaciones Humanas…bañado en cine experimental, de arte y ensayo, que no te deja indiferente, es fascinante y también difícil de aprehender…complejo y hermético, una maravilla que requiere del espectador para desarrollarse.
El inicio es escalofriante, un caos bíblico, se enciende la chispa del proyector y aparecen imágenes sin aparente coherencia, ni unidad, son fragmentos de ilusión, como es el cine, Bergman nos da el indice de los temas que vamos a tocar:
-El deseo sexual, con el dibujo del pene erecto.
-La religión y el silencio de Dios, a través de los animales, la araña (en clara referencia al “Dios-araña” que aparecía en Como en un espejo, simbolizando la ausencia y el silencio de Dios)
-El cordero degollado y las manos clavadas a un madero (alusión al cristianismo), el miedo a la muerte...
-El Niño acostado que se incorpora y nos mira de frente, acariciando la imagen borrosa del rostro de las dos mujeres….ahí aparecen la maternidad, la culpa, los traumas y todos los sacrificios que conlleva.
Atravesado por la dolorosa prosa de Strindberg, con sus musas predilectas, Liv Ullmann (Elisabeth) y Bibi Andersson (Alma), que están soberbias, esos primeros planos que cuentan de por sí una historia, inaprensibles, Bergman sublima el cine a la categoría de arte, sin duda, la fotografía de Sven Nykvist ayuda, es extraordinaria, su comunión con Bergman es total, trazando la imagen psicológica de las dos mujeres, de las dos personalidades, la sombra y la luz…el blanco y el negro.
A mitad del filme, el encuadre se torna borroso y se desenfoca. Parece que Bergman nos recuerda que lo que estamos viendo, no es real, ese duelo interior entre silencio e incontinencia verbal no es más que una ilusión, es cine, como el collage de imágenes del inicio. El amigo Carl Gustav Jung también sobrevuela este dolor visual. Aprovechen para leer sus memorias, La Linterna Mágica, para comprender al hombre y poder así disfrutar de su cine, aunque duele, el cine de Ingmar Bergman duele y se siente, profundamente.
Mecidos por la penumbra, nos recostamos en el diván de la torre de Radiopolis, mientras suena Johann Sebastian Bach (Violín Concerto in E Major II Adagio. Karajan).
H. Hesse: “solo para locos, la entrada cuesta la razón”.
Gervasio Navio Flores.
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