¡Jesús, las cosas que hemos visto, Sir John!
Sentados en torno al fuego una noche de nieve, los dos viejos amigos recuerdan el tañido de aquellas campanadas a medianoche, por supuesto que las escucharon, aunque a Falstaff no le agrada recordar el pasado, asiente, cercano y apacible, recuerda y mira las ascuas que se consumen. Falstaff ama el sabor del jerez, el calor de las mujeres, la anciana posadera lo sabe bien, y quiere a ese rufián hinchado y vividor, como la ramera Doll, como el maquiavélico príncipe Hal, que ha conocido la vida de la mano de su maestro de juergas, de su tragón y burlesco compañero de correrías. Falstaff es un niño, vive el presente, no mira al pasado, menos al futuro, tampoco cree en el honor, se hace el muerto en la batalla, es cobarde por instinto. Dénle un barril de vino y una pierna de buey y será libre.
Orson Welles impresionó con este brillante guion, fusión de pasajes de varias obras de Shakespeare, entre ellas Enrique IV, partes I y II, Enrique V, y Las alegres comadres de Windsor. El repertorio de planos fascina, con un dominio técnico digno de los grandes genios, las tomas en el castillo de Enrique IV, la luz que se filtra por los ventanales, el perfil de Gielgud entre sombras, Maese Shallow y Sir John caminando entre la nieve nocturna, Falstaff y su oronda armadura, los jinetes surgiendo de la bruma, planos con cámara al hombro en en la refriega sangrienta, sólo falta que el barro nos salpique. El niño con barbas y nariz de bufón, el caballero borrachín no soportará la traición postrera. Arrodillado, humillado, la mirada rota y temblorosa. La grandilocuencia del maestro Welles ilumina las letras del bardo de los ingenios.
Raúl Gallego.
Esta noche acompañamos a Maese Shallow y Sir John por el bosque nevado y escuchamos las campanadas de otro tiempo…
José Miguel Moreno presenta, con Raúl Gallego, Gervi Navío, y nuestro crítico decine César Bardés.
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Los rayos de luz que hieren las ventanas de palacio parecen buscar al joven príncipe Hal para bañarle con el sol de su grandeza. Es posible que sea ya un joven perdido para regir los destinos de Inglaterra o, tal vez, puede que lleve sobre su cabeza parte de la culpa de su padre que obtuvo el trono con usurpación y alevosía. Para evadirse de su conciencia, comparte su tiempo con un viejo tonel de vino y lujuria llamado Jack Falstaff. Para Hal, Falstaff es su padre, el hombre con el que comparte tontas chanzas, burlas a la sangre real, pequeños atracos cuyo botín dura solo una noche y mujeres que saltan de cama en cama esperando el siguiente chelín. Sin embargo, hay algo más en todo ello. Falstaff, a través del juego y de la mentira, le enseña a Hal cuál es el destino que le espera, rodeado de falsedades, de falaces hombres que solo alabarán su realeza mientras conspirarán contra él, de amores mendaces y frugales, de amigos que le clavarán un puñal en la espalda en la primera oportunidad. Falstaff le enseña a Hal cuál será su reino y, por el otro lado, de qué se tendrá que preocupar.
El único error del viejo y gordo Falstaff es que esperará una recompensa que siempre le será negada. Él no puede ser el amigo para todo de un rey, ni su consejero más leal, ni el más cercano de sus súbditos. Falstaff está condenado a morir repudiado, con el cariño negado y en fuga, en un simple y viejo ataúd de madera que atravesará los campos yermos de su ilusión en busca de la siguiente correría de pícaro. Juntos oyeron las campanadas a medianoche, pero nunca podrán escuchar el canto del gallo.
Los excesos se pagan y Jack Falstaff pone la mano allí donde hay dinero, huye en la refriega más vital, se revuelca en el lecho con la mejor de las prostitutas y olvida su lugar en el mundo. No es más que una figura ridícula que trata de aparentar una falsa hidalguía que jamás tuvo. Trata de aparecer como el más inteligente de los hombres cuando, en realidad, tiene que luchar todos los días por tener un puñado de monedas en el bolsillo e hincharse de vino. Pero llora de amor por quien más quiere, y acepta la humillación pública que le infringe un rey, porque él sabe que es de esas personas que tienen que ser humilladas…aunque solo sea para demostrar que Hal, su Hal, es el mejor rey.
Orson…cuánto debiste querer nuestra tierra para convertir los áridos campos de Castilla en los verdes prados de Inglaterra, cuánto debiste amar a Shakespeare como para traerlo hasta España y realizar una película tan hermosa sin dinero y sin tiempo. Las cosas que has visto…
César Bardés
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