"Es el rey en su dormitorio, con los tirantes caídos; es el gondolero veneciano que arrastra la basura a la luz de la luna y se pone a cantar románticamente; es el marido que cuando su esposa parte de vacaciones le despide con el llanto en los ojos y luego se precipita como un loco hacia el teléfono más próximo para llamar a su enamorada. Es algo que se basa en la teoría de que por lo menos dos veces al día el ser humano más dignificado tiene esos momentos ridículos”. (Lubitsch sobre su famoso toque).
A lo mejor es sólo eso, una cuestión de elección, sin más, o se toman las cosas, se aceptan, o no, y va uno refunfuñando, dolorido, dando patadas y saltos para que se nos note la ofensa y es entonces cuando estamos salvados. Lubitsch no es un cínico, no le hace falta, quizá no vivió, ya madurito, el momento real que le estaba envolviendo, lleno de desconfianzas y que sí hizo de su endemoniado alumno Wilder un genio triste y amedrentado. No, el maestro, sería capaz, con una inocencia inaudita y audaz, nada dada a lo alemán, de hacer una comedia culta, de excelsas formas lingüísticas, metacinematográficas y de crítica de costumbres burguesas, de poner en pie de guerra a su país de adopción que no quería eso: La Guerra. La América del New Deal, tan ensalzada desde entonces, comenzaba un peligroso juego desde un tenue rechazo al fascismo. En lo artístico se buscaba la renovación de formas, que proponían un conservadurismo cínico nada enraizado en su fundacional declaración de derechos. Y llega él, Lubitsch, como hicieron otros de su tierra, trayendo aires nuevos de una Europa a punto de explotar, haciendo con la palabra lo que hizo con la imagen su colega Murnau, no un reformador sino un creador mismo que hizo avanzar el cine hasta mucho después de su falta, aireando a la par la mirada del hombre moderno con sus contradicciones y querencias, sin esa cristiana condena, de aceptación ritual con la que se erguía una casta, que construía sentencias.
El sexo primario, las envidias, el ego o la más absoluta soledad, las cosas que de verdad nos preocupan, no oscurecen nuestro deber de hombres, y nuestro compromiso social, que no obstante se hallan a la espalda y necesariamente subordinados a esas dolorosas cuitas que sentimos tan cerca y que en realidad nos definen. Amaba la vida este hombre, siempre cantándola, y buscaba en el drama íntimo las causas de las guerras, de las paces venideras, que hacen del mundo un lugar que merece la pena.
José Miguel Moreno
Esta noche en Radiopolis queremos ser la Resistencia, y preguntamos por Ana Karenina en una librería de Varsovia….
José Miguel Moreno modera, con Gervi Navío, Manuel Broullón, Raúl Gallego, y nuestro crítico de cine desde Madrid, César Bardés.
Artículo sobre Ser o no ser, por César Bardés
DALE AL PLAY Y ESCUCHA EL PROGRAMA
No hay comentarios:
Publicar un comentario