El arpa de hierba toca su melodía
con delicadeza porque, al fin y al cabo, el viento tiene manos de mujer. La
quietud del aire trae consigo la paz del espíritu y ella, Noriko, la mujer que,
cuando sonríe, ilumina el universo, no quiere romper ese estado de ánimo.
Quiere vivir la vida tal y como es, sin ataduras, sin más obligaciones que
coquetear con quien le place, cuidar de su padre, ver a sus amigas, ser
espectadora de un tiempo que la abandona con urgencia. La primavera llega tarde
este año, Noriko. No dejes pasar el último tren para una última aventura.
El sake llena de sabor todo el
paladar para dar una idea de la fuerza de la misma felicidad. “La felicidad hay que merecerla”, le
dice el padre de Noriko a su hija. Y es así. Hay que trabajar por ella porque
si no, se aburre y se va, en busca de un viento favorable, de una paz duradera,
de un lugar donde todo encaja y nada hay que forzar. Noriko no quiere casarse,
no quiere esa felicidad. Le basta con su padre, con la tranquilidad que siempre
emana de él porque es un hombre que, en todo momento, sabe lo que está
haciendo. Y lo hace sin vehemencias y sin importancias. Solo porque tiene la
necesidad de hacerlo. Y hombres como ese ya no quedan demasiados. Tal vez, por
eso, Noriko no quiere abandonarlo. Ella es una roca y lo será para el hombre
que tenga la fortuna de dar con ella y quiere serlo para su padre. Y solo una
mentira podrá darle una idea de la necesidad de que viva su propia vida. La
vida de Noriko. Una vida que, todos y cada uno de los espectadores, saben que
será feliz porque ella irradia la cualidad de atraer lo mejor de cada uno.
Noriko, Noriko, Noriko. Tres
veces dijo tu nombre el gran director Yasujiro Ozu. Tal vez para dar lecciones sobre
cómo vivir y sobre cómo comportarse. Ésta, Principios
de verano y Cuentos de Tokio
fueron los poemas donde se escribieron las estrofas de una mujer que Ozu sabía
que existía pero que él mismo no quiso buscar salvo en sus películas. Quizá
porque supo desde el primer instante que la ausencia de una Noriko en su vida
sería como quitar la cáscara a la manzana, o, tal vez, quitar al mar su propia
orilla. Y, en ocasiones, se prefiere la seguridad a la búsqueda incansable de
un futuro que se abre a cada momento cuando la belleza, la luz, la ilusión, la
verdad y el ansia de vivir están presentes ahí mismo, en los umbrales donde hay
que quitarse los zapatos, en los pasteles de una charla intrascendente con una
vieja amiga, en el momento eterno de estar en una playa con dos bicicletas y dejando
vagar al espíritu que siempre pide libertad. Y ahí, sentados de rodillas, como
un invitado más, Yasujiro Ozu nos invita a una última copa de sake para
decirnos bien a las claras que tenemos corazón, que poseemos alma, que somos
algo más que pedazos de carne con ambiciones, que el amor es todo lo que nos
debería mover y que eso lo olvidamos, en muchas ocasiones, cuando decidimos
buscar el refugio más seguro, se llame como se llame. Incluso aunque su nombre
sea hogar.
César Bardés.
César Bardés.
El grupo salvaje en cuadro comienza la segunda temporada de la Gran Evasión, rememorando esta bella oda japonesa,
José Miguel Moreno a la dirección, Raúl Gallego, Gervi Navío, y nuestro crítico de cine César Bardés.
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No hay nadie como Ozu, un jarrón en la penumbra que cuenta una historia y te hace sentir....formidable, gran programa.
ResponderEliminarpues sí, poesía oriental en una historia bella, como el reflejo del agua del río y unas cañas de bambú sobre un lienzo, gracias
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