Momo es un muchacho que no sonríe, no tiene motivos para sonreír. Su madre lo abandonó con su padre, un abogado fracasado de mirada vidriosa que paga su
frustración con él, y lo compara de manera ruín con un hermano perfecto e inventado. Lo más cercano al cariño son sus amigas, las prostitutas de su barrio, y como no, el tendero musulmán de la calle Azul, el señor Ibrahim. El adolescente no comprende la religión interior del hombre de la tienda que dice ser sufí, el hombre que afirma venir de la media luna dorada.
El señor Ibrahim alecciona con sus enseñanzas: “No sonríe el que es feliz, sonreír
es lo que le hace a uno ser feliz”, le dice en una ocasión a Momo. Gracias a él, el chico descubre la sonrisa y de repente la gente es amable en
situaciones en las que antes le gritaban.
Momo contempla la vida desde su cuarto y escucha rock and roll. Su ventana es la vía de escape desde donde huye de la depresión paterna y observa la populosa calle azul. La monotonía de su barrio a veces se rompe con la llegada de la Nouvelle Vague, con las curvas de una glamurosa Brigitte Bardot en un rodaje con blusa de rayas y magnífico descapotable rojo.
La belleza está en cualquier parte, sólo hay que saber mirar. En un baile a la orilla del Sena, en un bazar a contraluz, en un café de París con señoras tomando el sol, en los paísajes áridos de la Anatolia añorada, en las flores azules del Corán. En su mejor trabajo hasta la fecha, Dupeyron traza una parábola sobre el entendimiento y la tolerancia, sobre la empatía entre un chico judío y un hombre musulmán en el París de los años 60. La serenidad del adulto conforta al niño abandonado. Entre latas de conservas, botellas de vino tinto y fiambres varios el señor Ibrahim ve pasar el tiempo, sabe que para disfrutar la vida es mejor ir despacio. Un gran Omar Sharif nos legó este encantador personaje en los último años de su carrera, y un joven Pierre Boulanger nos trajo a la memoria aquel Antoine Doinel de Truffaut. Distante, a veces divertido, a veces triste, aquel niño solo que corría hacia una playa de invierno con ojos grandes y asustados.
Dicen que la soledad es
hermosa cuando se busca. Citando al poeta Bécquer “La soledad es muy hermosa cuando se tiene junto a
alguien a quien decírselo”, pero
¿cuánto dura la felicidad?. La belleza está en cualquier parte, sólo hay que saber mirar. En un baile a la orilla del Sena, en un bazar a contraluz, en un café de París con señoras tomando el sol, en los paísajes áridos de la Anatolia añorada, en las flores azules del Corán. En su mejor trabajo hasta la fecha, Dupeyron traza una parábola sobre el entendimiento y la tolerancia, sobre la empatía entre un chico judío y un hombre musulmán en el París de los años 60. La serenidad del adulto conforta al niño abandonado. Entre latas de conservas, botellas de vino tinto y fiambres varios el señor Ibrahim ve pasar el tiempo, sabe que para disfrutar la vida es mejor ir despacio. Un gran Omar Sharif nos legó este encantador personaje en los último años de su carrera, y un joven Pierre Boulanger nos trajo a la memoria aquel Antoine Doinel de Truffaut. Distante, a veces divertido, a veces triste, aquel niño solo que corría hacia una playa de invierno con ojos grandes y asustados.
Raúl Gallego.
Fotograma a fotograma rompemos esta noche la hucha en Radiópolis,
José Miguel Moreno a la dirección, Mamen Torres, Gervi Navío, Raúl Gallego y Manuel Broullón.
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Precioso el libro de Schimtt y una buena adaptación a la gran pantalla, que grande Omar Sharif, gran programa.
ResponderEliminarmuchas gracias, una relación entre un hombre y un niño que comienza a abrir los ojos, esta fábula encantadora y vital nos alegró la noche. Salud.
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