Sentado en la parada se piensan muchas cosas. Son las once y no estoy muy seguro de que pase alguno más, el último de los autobuses lo anuncia el cartel de la cristalera, y da lo mismo porque el mío es otro, y el último sale dentro de cinco minutos, dice la aplicación, yo espero que así sea. Pero el seto, el islote muy cuidado de la mediana, con su palmera y flores recortadas que simulan un bosquecillo, llama mi atención. Me fijo en él, sin mirarlo y como en un cuadro de Ozu, a través suyo viaja mi alma; no hay que esperar mucho, unos segundos solo, y en ese tiempo perdido, y no deseado, aparece la vida. Resplandeciente y clara, con tanta fuerza y suavidad, que ni siquiera noto que una leve brisa ahuyenta el tiempo, moviendo las ramas de un sufrimiento que espanta. Todo un espacio de duelo melancólico y aturdido inspira a la cámara.
Y es entonces cuando obro el milagro, no querer ni desear nada, y blanquecinos colores turbios crean lo trascendente. Conforme avanzaba el 27, que cargaba muchachas a su paso, se iba asentado el mundo en un lienzo puro que se contoneaba como una mujer desnuda, nerviosa, sedienta de hombres que la cortejaran. Una realidad muy fuerte debió golpear a Kieslowski antes de tomar la cámara, y no la ha olvidado. Corrió durante toda su vida, como Pacino en Carlitos’way, hasta perder todas sus fuerzas. Desde el documental objetivo, hasta la emoción metafísica que ofrecía personajes-sujeto a merced de sus destinos traumáticos. Y entonces después de todo el sufrimiento alcanzaban un saber que lo impulsaba a la vida. No como seres nuevos, sino como una especie de hijos pródigos que eligiesen su propia vuelta a casa, tras un oráculo de sombras, a una casa pequeña, desvencijada, con un alfombra vieja que pusiera calma.
Un amor enorme rezuma en sus películas, una esperanza en el hombre, y una receta que es punto de partida. No saber, no creer en la eufórica conciencia de nuestra certeza, que demasiadas veces se torna maleza orgullosa de la injuria, matando hombres con pereza.
José Miguel Moreno Bautista.
Esta noche paseamos entre bloques grises y cielos sepia....
José Miguel Moreno, Raúl Gallego, Paco Vallecillo, Manuel Broullón y el crítico de cine Oti Rodríguez Marchante.
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A finales de los ochenta el polaco Kieslowski nos presentaba una serie de dilemas morales, de almas soñadoras, de gente que se busca y pasa de largo, de cielos nublados, de bloques grises, hileras de edificios monocordes, portales despintados y buzones cerrados. Con la colaboración de su guionista Piesewickz y las bellas partituras de Zbigniew Preisner, No matarás fue uno de los dos largometrajes extraído del decálogo, los diez filmes inspirados en los mandamientos, que Kieslowski rodó para la televisión polaca.
Un gato ahorcado por niños, la maldad del individuo ante el colectivo. Esta película encierra mucho más que el mero alegato contra la pena de muerte. Jacek ya solo puede asirse a la cuerda suicida, no es tan fácil asesinar a un hombre, menos mirarle a los ojos cuando ruega por su vida, y la secuencia del crimen se alarga hasta límites insoportables. Un taxista desagradable, un joven sociópata, un abogado ilusionado, el mediocre, el desesperado, el idealista, cruzan sus existencias para siempre. El azar es caprichoso. Conducir cada día un taxi, una rutina despreocupada, dejar en tierra a los clientes que a uno le parezca, y recoger precisamente a un chico de mirada huidiza y gesto huraño.
El abogado, el lado noble de la sociedad, el que quiere servir al estado, cree en la justicia. Cuando acude a ver a su defendido a la celda antes de que lo ajusticien, un conocido le pregunta por su hijo recién nacido, como si nada ocurriera. Y una niña recordada, una fotografía en blanco y negro de contornos gastados, adivinada en el retrato del pintor ambulante, en el pastel devorado por un lobo acorralado, en la ternura fugaz reflejada en un vidrio, de pronto se ensucia todo, la sangre se derrama y la noche cae sin compasión.
Raúl Gallego
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