En un documental cercano a su muerte Kieslowski aparecía cansado, abatido, comentaba a cámara, respondiendo a las preguntas de su interlocutor, su ya finalizada filmografía. Dijo en público que no haría más películas, con un tono razonado, tranquilo, moviendo al tiempo los ojos en busca de una referencia o enganche donde posar la mirada mientras departía. Era imposible, no lo había conseguido, ni entonces ni en toda su vida. Pedía en otra entrevista al final de su vida eso precisamente: tranquilidad, y añadía, no la he conseguido.
Esa búsqueda constante del profesional comprometido lo había dispuesto a la desconfianza, a la intransigencia, hacia un mundo contado, como fue la Polonia de su juventud. Así como el nuevo y reluciente progreso occidental estaba plagado, y minado de mentiras; y eso verdaderamente lo urgía, empujándolo a descubrir esa realidad que él sabía humana. Para ello utilizó el documental, de forma magistral pero advirtiendo, tras comprender sus errores, que dejaba marca en las personas, a la postre dañándonos y modificando con ello el sentido realista del género. Pasó entonces a la ficción, meticulosa, ambientada siempre en un término, una sensación en derredor del cual construía la historia. Como dijo Kubrick, que lo apreciaba mucho, hacia una dramatización del concepto. Con ello, alejada la posibilidad, inadmisible para un hombre de palabra, como fue este polaco enfermizo, conseguía contarse, dando lugar a la vez al espectador, que en sus manos vibrantes se ve consternado, a tomar un camino. El alma humana por encima de lo político, y lo moral por encima de lo práctico, plantean al hombre moderno una senda imprescindible para saberse identitario de un pasado olvidado y un alguien a construir, distinto y único, como creencia en un ser que no excluye lo religioso. El azar no es suficiente, hay un destino y también una voluntad que impulsan lo esencial hacia ese lugar utópico y desconocido que es el mundo.
En Blanco, como en el resto de su trabajo, quizás aquí con un recurso humorístico que relaja el horror convirtiéndolo en grotesco, la desigualdad del trato al individuo se confronta con la misma pena devuelta por los protagonistas, camino de la fortaleza aceptada, que por mucho que nos cueste aceptar supone el matrimonio. Anillo incluido, y sentando de nuevo Kieslowski el orden, de lo particular a lo universal, del hombre al mundo, hasta el éxtasis mímico, no controlado, bello, de complejo orden interno. Así discurre el tiempo cíclico de una historia que escapa del drama al uso, de la moral conformada y de la estúpida y peligrosa sensación de conocimiento.
José Miguel Moreno
Esta noche intentamos arrojar la botella al contenedor....
José Miguel Moreno presenta, con Raquel Jaén, Gervi Navío, y Raúl Gallego.
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