Cody sólo confía en una persona en el mundo, su madre. Cody teme los ataques, ese fuerte dolor en la sien que lo atenaza, esas migrañas que sólo el calor de su madre protectora y una buena copa de bourbon pueden mitigar. Verna tampoco es de fiar, una mujerona que le enamoró, pero cuidado, Cody, esa chica que sacaste del arroyo sólo piensa en fajos de billetes y abrigos de visón.
Cuando la cosa se pone fea y la policía pisa los talones, cuando la pena de muerte acecha, sólo queda agudizar el ingenio y las contemplaciones sobran. Cody Jarret no duda en agujerear a balazos el maletero de un coche con el cretino que le traicionó en su interior , no por eso se le va a atragantar el muslo de pollo. Los escrúpulos sobran en el mundo del hampa, si hay que matar al maquinista del tren se hace, si hay que pegarle un tiro a un compañero por la espalda también. Cody es un psicópata y a él no le traiciona nadie, o quizás se equivoca, quizá el hombre que conoció en prisión y que le sacó las castañas del fuego varias veces no sea trigo limpio. Quién iba a decir que ibas al cincuenta por ciento con un maldito policía. Ya no tienes a mamá, Cody, te has quedado solo, cuando llegues a la cima del mundo podrás reunirte con ella. En la cima nadie podrá contigo.
Al final de la década de los 40 Raoul Walsh volvió a crear una magnífica y dura película con uno de los finales más apoteósicos de la historia del género. Ya había contado con James Cagney en Los violentos años 20 y La pelirroja. Cagney realiza un trabajo impecable en este personaje magnético, espasmódico, con un complejo de Edipo que le controla hasta el fin. Ciertamente el alma primordial de un plantel que incluye a Virginia Mayo, la ordinaria femme fatale, Edmon O´Brien,el agente infiltrado, Margaret Wycherly, la dominante madre, y Steve Cochran, el compinche Big Ed.
Raúl Gallego.
Artículo sobre Al Rojo Vivo, por César Bardés
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