La película duele tanto por la verdad y la tristeza que desprenden la interpretación de Micky. El estudio quería a Nicolas Cage, pero Aronofsky tenía claro quién era Randy The Ram Robinson. No podía ser otro que Micky Rourke. Con este actor la historia se vuelve el epítome y la expiación de su propia vida, de su propia caída…..sus excesos y desequilibrios casi lo dejan en la cuneta. En los ochenta fue una estrella mundial, lo tenía todo y todo lo perdió, casi fuera de la industria, acabó mendigando papeles de tercera fila, El Luchador es su absoluta redención.
La historia se apoya en otra gran interpretación, Marisa Tomei, ella es Cassidy, una striper en el declive de su carrera, el tiempo la acecha y su foco también empieza a apagarse, las escenas, compartiendo con Randy una cerveza y la nostalgia por los viejos tiempos, son un oasis en medio del desierto de sus vidas.
Randy intentó olvidarse de su hija, de su pequeña, y ahora que su cuerpo grita, un cuerpo castigado y podrido, ahora, intenta ajustar cuentas con la vida, y el primer paso es visitar a esa niña que le sonríe desde la vieja foto de la nevera. Toca pedirle perdón, esa niña es ya una mujer, una mujer dolida, resentida, una mujer que no puede soportar otra decepción, genial Evan Rachel Wood, como Stephanie.
El pulso narrativo de Aronofsky es soberbio, mezcla planos contemplativos, con momentos practicamente documentales, donde la cámara sigue inquiete la rutina diaria de este gigante torpe y ridículo, que no es capaz de sobrevivir fuera del ring. Mérito de un enorme guión de Robert D. Siegel y la exquisita fotografía de Maryse Alberti.
Mientras la banda sonora escupe rock ochentero a toda potencia y la melodía de Clint Mansell destila soledad, la película se mueve por el sacrificio cristiano, la verdad insoportable de los Idolos caídos, el submundo del Wrestling americano, lleno de miseria y camaradería a partes iguales, el único mundo en el que Randy encaja.
Con las mallas ajustadas y el sudor perlando nuestros cuerpos embotados de esteroides y cine, representamos nuestra embestida final…José Miguel Moreno, Gervi Navío y Raúl Gallego.
Gervi Navío.
"El único sitio en que me hacen daño es ahí fuera".
Tiene mérito levantarse cada mañana y seguir en la brecha, sobre todo cuando uno comprueba como las facultades van mermando. El luchador ya no tiene treinta años, cada vez jadea más, cada vez más siente el peso del tiempo y, sin embargo no puede dejar el gimnasio, los vestuarios, las voces, los silbidos, el cuadrilátero.donde dos tipos extravagantes, musculosos, se restriegan, se tiran al suelo, se empujan, y comparten sudor en una pantomima con golpes pactados y embestidas finales.
Ram, el carnero Randy, aguantaba bien el tirón hace años, fue el mejor, y los aficionados y compañeros le respetan. Se retira de un manotazo su pelo rubio de fregona, otro salto, otro golpe, hasta que el daño concentrado de tanto esteroide y tanto exceso termine por tumbarlo un día, un infarto casi mortal y un médico que avisa, la vida no da dos oportunidades.
Autodestrucción y sociopatía de un personaje que intenta buscar una salida, embestir al supervisor que lo humilla en el supermercado, a las clientes que piden un cuarto de de jamón york, al tipo que dice reconocerlo ..."¿eh? ´tu eres Randy , el carnero!!". La cuchilla entra en la carne y ya no duele, mientras el cuerpo aguante, la única escapatoria es la lucha.
Tras el impás, la reflexión, el intento de rehabilitarse, la búsqueda de una hija olvidada en el camino, la vuelta al club nocturno y el encuentro con una mujer que lo mira con otros ojos, ella tiene algo diferente, y Randy no quiere ser otro cliente. Sabe que es un despojo humano y busca la calma, el bisturí de la miseria le ha provocado una cicatriz en el centro del pecho, ese torso que dominaba en los antros de la lucha libre ahora conoce el miedo. Cuando el mundo parece llevar otro ritmo diferente, sólo queda lanzarse desde el cordaje y aterrizar sobre el contrincante una vez más.
Raúl Gallego
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