La Gran Evasión

La Gran Evasión

lunes, 21 de enero de 2019

210 - El Padrino - Coppola 1972





















“No deshonrar a la Familia”. El primer mandamiento lo pronuncia el funerario Bonasera, abre el clásico inmortal de Coppola, e inaugura su magnífica trilogía sobre los Corleone. 
Van desfilando por el despacho de Don Vito los conocidos, invitados a la boda de su hija, a pedir favores y hacer negocios. En la penumbra el imponente patriarca acaricia su gato, hombre de pocas palabras. Bonasera quiere vengarse de los que desfiguraron a su hija. “Por qué acudiste a la policía antes que a mí?”. La justicia de los sicilianos suele ser más eficaz que la del sistema de país que los acogió, América, la tierra de las oportunidades, América ha sido buena con ellos. Desde el segundo uno el imponente Don y su rictus en la sombra quedan grabados en la mente. De ahi a la boda luminosa y coral. Los tipos humanos van dibujándose, Fredo, el hermano pusilánime y más débil, Tom Hagen, el hijo adoptado, fiel Consigliere, asesor en todos los asuntos importantes, Sonny, Santino, el mayor, fuerte y demasiado impulsivo, y el favorito del Don, Michael, el modélico joven recién llegado de la guerra mundial, al que esperan en la foto de familia, ni él ni su novia, Kay, podrán huir nunca del destino ya marcado. En una conversación entre padre e hijo, Don Vito le confiesa que quería otra posición para él, lejos de la Mafia y sus corruptelas. La esquizofrenia de vivir en una aparente normalidad, en la mesa no se habla de negocios, comenta Sonny Corleone y la Madre, la Mamma, le mira serena y orgullosa. La reticencia de Don Vito a la propuesta del otro capo, Sollozzo. No ve con buenos ojos ese negocio de las drogas que tanto dinero mueve, no es como el mundo del juego, el alcohol o la prostitución, diversiones practicadas por la mayoría aunque estén prohibidas por la iglesia. No es tan fácil comprar a la policía y a los políticos cuando hablamos de narcóticos.
Coppola estaba pasando por un momento difícil en su carrera, necesitaba dinero y de nuevo la apuesta le salió bien. Con la espada de Damocles de la Paramount sobre su cabeza, exigió a Marlon Brando para el papel principal, en contra tenía a la Productora que no confiaba en su personalidad conflictiva y caprichosa. Otra de sus peticiones para adaptar la novela de Mario Puzo fueron las facciones italianas y el saber estar de un bisoño Al Pacino para Michael, y vaya si acertó con ambos.
El poder, el honor y la sangre, la que une y la que se derrama por dinero. Momentos grabados a fuego, Brando llora impotente en una habitación de hospital, consciente ante los redaños de su sucesor en la dinastía, no puede ser otro. Conversaciones, susurros y besos en la mano, tiroteos y naranjas, vendettas, policías corruptos que se atragantan con una bala, o los espléndidos pasajes en el pequeño pueblo de Sicilia, donde Mike se retira para quitarse de en medio, allí perderá para siempre el último atisbo de inocencia.

Raúl Gallego

Esta noche les hacemos una oferta que no podrán rechazar en Radiopolis…

Gervasio Navío, Manuel Broullón y Raúl Gallego.


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“I Believe in America…” empieza diciendo Bonasera, el funerario, cree en America pero acude a Don Vito Corleone pidiendo justicia….se abre el plano, poco a poco retrocede la cámara y nos encontramos con la figura del Don, Marlon Brando, en uno de sus papeles más portentosos, en la penumbra del despacho de Vito Corleone se piden favores y se rinden pleitesías, fuera, la Luz ilumina la boda de su hija Connie, un despliego de maestría y montaje por parte de Coppola para un arranque excepcional, en la fiesta nos presenta a los personajes de ese mundo que gira entorno al poder.
Vemos a Sonny el impetuoso hijo mayor, increíble James Caan, Fredo el más débil, vaya aura que crea Cazale, Tom, el hijo adoptivo de origen irlandés, no acaba de pertenecer, aun siendo Consigliere, no es siciliano, está dentro de la familia pero sigue sin estarlo completamente, magnífico Duvall, hasta llegar a Michael, un imponente y joven Al Pacino, que despliega todo su talento para encarnar al hijo pequeño de Vito Corleone, el más inteligente, al que le tenía reservado un futuro lejos de los gánsters, pero el destino, como siempre, persigue su presa sin piedad, y a Michael le reserva una oscura travesía…

La película que salvo Hollywood, que devolvió la gente a los cines en masas, un proyecto de la Paramount, con un joven director, un Best Seller y un presupuesto mediocre, pero Coppola tenia otra cosa en mente, desde su amor al cine clásico elevó su propuesta a otro nivel, se rodeó de auténticos genios, Gordon Willis en la fotografía, Tavoularis en el diseño de Producción, Nino Rota en la banda sonora y sobre todo, de un elenco de actores formidable, los citados Brando, Pacino, Caan, Duvall y una pléyade de desconocidos que dotan de vida a sus personajes, Tesio (Abe Vigoda), Clemenza (Castellano), Sollozzo (Al Lettieri), viejas glorias como Sterling Hayden y su inolvidable Capitan McCluskey, etc. En conclusión, estamos ante una absoluta obra maestra, que atravesó dificultades y vicisitudes hasta convertirse en una leyenda.
Sin olvidar uno de los puntos más importantes, la escena entre Al Pacino y Marlon Brando, rodada meses después y que dotaba de alma a la historia, ese traspaso de sabiduría y consejos que tuvo que escribir Robert Towne, al solicitarle ayuda Coppola, una escena formidable, el jardín, un padre y un hijo, hablando del futuro, de la experiencia, un episodio que completa el puzzle.

El Padrino es un ensayo sobre el poder, sobre los conflictos morales de la familia, sobre la soledad, la traición, las conspiraciones, en fin, Shakespeare, la Antigua Roma, el Viejo Testamento….la esencia de los hombres.

Esta noche, en la tiniebla del estudio de Radiopolis, besamos la mano de Francis Ford Coppola, Manuel Broullón, Raúl Gallego y Gervi Navío.

Gervasio Navío Flores.

















Título original: The Godfather
Duración: 175 min. Estados Unidos.
Director: Francis Ford Coppola
Guion: Francis Ford Coppola, Mario Puzo.
Música: Nino Rota
Fotografía: Gordon Willis
Reparto: Marlon Brando, Al Pacino, James Caan, Robert Duvall, Diane Keaton, John Cazale, Talia Shire, Richard S. Castellano, Sterling Hayden, Gianni Russo, Rudy Bond, John Marley, Richard Conte, Al Lettieri, Abe Vigoda, Franco Citti, Lenny Montana, Simonetta Stefanelli, Al Martino, Joe Spinell.
Productora: Paramount Pictures / Albert S. Ruddy Production


















Francis Ford Coppola: El Precio del Creador





















En 1966, Stanley Kubrick impartió un ciclo de clases magistrales en la universidad de Nueva York. Sus clases empezaban siempre así: “Ante todo, debéis defender, por encima de cualquier otra consideración, vuestra libertad de artistas y creadores. Si no veláis por ella, vuestros potenciales talentos quedarán diluidos por los intereses comerciales que imperan en el mundo del cine”. Entre los alumnos de aquella clase que escuchaban atentamente se encontraba Francis Ford Coppola. Años después, en el 78, a Kubrick le preguntaron cuál era su cineasta favorito. Lacónico, como siempre, Kubrick no lo dudó: “Francis Ford Coppola”. El periodista, deseoso de arrancar más palabras al director, insistió: “¿Algún otro?”. Kubrick, impasible, respondió con otra pregunta: “¡Ah! ¿Pero es que hay otro?”.
Es evidente que la carrera de Francis Ford Coppola dista mucho de ser ideal. Después de una carrera como guionista destacando sobre todo en el cine bélico con ¿Arde París?, de René Clément o Patton, de Franklin J. Schaffner. Sus inicios detrás de las cámaras fueron modestos, con películas íntimas e intimistas como Ya eres un gran chico o Llueve sobre mi corazón y unos cuantos escarceos dentro de la factoría Corman como Dementia 13. Incluso sorprendentes, como ese cuento musical que hizo que Fred Astaire nos regalara sus últimos pasos de baile con 70 años a la espalda en El valle del arco iris. Coppola fue unos metros más allá cuando le cayó encima el encargo de dirigir la adaptación de la novela de Mario Puzo El padrino. El resultado es bien conocido: aplauso unánime de público y crítica como recompensa a un trabajo modélico, lleno de lecturas, de violencia seca y mirada incisiva con una dirección de actores legendaria y una fotografía del gran Gordon Willis que ya forma parte de la historia.
No contento con ello y ya instalado en la opulencia, Coppola contrató a Mario Puzo para escribir la segunda parte y, nuevamente, da en el clavo al alcanzar prácticamente la perfección narrando el antes y el después del primer segmento y colocando a un impresionante y, por entonces, casi desconocido Robert de Niro en el papel de Vito Corleone en sus años jóvenes. Las dos películas, incuestionablemente, son dos obras maestras del cine moderno. A pesar del éxito, Coppola al recibir su primer y único Oscar como director dijo: “No se preocupen. Solo haré El padrino III cuando necesite dinero”. Entre ambas, rodó una maravillosa historia titulada La conversación, haciendo gala de un ritmo lento hasta la exasperación pero con una maestría espectacular que deja a su modelo Blow up, de Michelangelo Antonioni en una mera anécdota. Coppola roza la obra maestra contagiando al espectador de esa cadencia casi inexistente que abarca una trama de múltiples lecturas incluso históricas. Curiosamente, aquel año se dio la circunstancia de que La conversación tuvo que competir por el Oscar a la mejor película con El padrino II. Con una posición económica inmejorable, Francis Ford Coppola se atreve con el proyecto más ambicioso de toda su carrera con el improbable título de Apocalypse now. Con elementos del guion que Orson Welles escribió para la adaptación que nunca llegó a realizar sobre El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, el director traslada la acción a Vietnam con tan singular acierto que la prensa norteamericana llegó a decir que “Apocalypse now no es una película que trate sobre la guerra de Vietnam. Es Vietnam”. Sin embargo, el rodaje estuvo cuajado de dificultades. El reparto fue difícil de conseguir. Coppola tuvo que aceptar a Martin Sheen como protagonista de la película después de que Robert Redford y Steve McQueen, entre otros, rechazaran el papel. El rodaje tuvo que pararse varias veces debido a dos crisis cardíacas que afectaron al propio Martin Sheen y a dos tifones y un huracán que se llevaron por delante la mayor parte de los decorados y del equipo técnico unido al problema que surgió con un ayudante de fotografía al que Coppola despidió y que, en venganza, robó parte del negativo original que iba enviando en pedacitos pequeños por carta personal al propio Coppola. Tras casi dos años de rodaje, cuando estaban previstos seis meses, y la ruina total del propio Coppola que confesó que “si el rodaje hubiera durado una semana más, mis hijos no hubieran tenido qué comer”, el resultado es fascinante. El caos, el horror, la furia, la guerra, el Apocalipsis, la cordura mantenida en un entorno de locura, las referencias tribales, el poder, lo absurdo, lo siniestro y lo sublime se dan cita en esta compleja historia, obra maestra indiscutible en todas sus acepciones y que Coppola hizo porque cree con firmeza que “una película puede cambiar el mundo”.
Se asocia con George Lucas y con Steven Spielberg para financiar una de las últimas películas del maestro Akira Kurosawa, Kagemusha, y, a la vez, empeña todo su capital obtenido con los beneficios de Apocalypse now para hacer el musical Corazonada. De fascinante factura visual al ser realizada íntegramente en interiores (incluidas las escenas que simulan exteriores) y con una sensibilidad estética en el uso de fundidos, iluminación y sobreimpresiones que raya en la absoluta perfección poética, la película se resiente de un guion muy débil, con muy poca claridad en la composición de los números musicales a pesar de que la coreografía fue supervisada por Gene Kelly. La aventura supone un fiasco económico de tal calibre que Coppola tiene que vender los estudios de su propiedad y desmantelar su compañía productora Zoetrope.
Acepta un encargo de ese lince de la producción llamado Robert Evans para dirigir Cotton Club que, sin embargo, es una película de enorme sello personal sobre la época de la prohibición, las grandes bandas de jazz, el claqué y el mítico club cuyas principales estrellas eran de color negro pero no dejaban entrar a nadie que no fuera de color blanco. La película es de una belleza indiscutible y es magistral su final con la acción paralela del fantástico número bailado por Gregory Hines Los zapatos se van de viaje (una especie de tap acapella) combinado con el tableteo de las ametralladoras acribillando a un loco holandés que se atreve a desafiar al todopoderoso Charly Lucky Luziano. Sin embargo, los costes de producción se dispararon hasta tal punto que Evans puso los derechos de exhibición a un precio tan elevado que muchos países retrasaron su exhibición varios años (entre ellos, España) y, a pesar de que artísticamente es pura fascinación, no se obtienen beneficios.
Con el fin de ganar dinero, pues no tiene ni para pagar la hipoteca de su casa, Coppola sigue dirigiendo películas de encargo a las que, no obstante, consigue imprimir un sello muy personal a pesar de su temática juvenil. Ahí están Rebeldes y La ley de la calle, rodada en blanco y negro la segunda y que hacen que consiga reunir el suficiente efectivo como para financiar la aventura en el cine negro de Wim Wenders El hombre de Chinatown, una buena película que resultó un fiasco porque los dos llevaron una malísima relación pues, de forma muy curiosa, Coppola no dio la suficiente independencia al director alemán.
Dirige a continuación un proyecto muy personal, Tucker, biografía de un famoso advenedizo de la industria automovilística que guarda más de un parecido con el propio Coppola y que obtiene un éxito moderado que le ayuda a recuperarse. Seguidamente, acepta otro encargo que realiza con una sabiduría excepcional titulada Jardines de piedra, sobre la vida militar en retaguardia en plena guerra de Vietnam. Un lugar donde el negocio de los soldados era matar y el negocio iba muy bien. En retaguardia, el negocio era enterrar y el negocio iba mejor.
Después de dirigir el episodio Vida sin Zoe, de Historias de Nueva York, Coppola necesita de nuevo dinero y se decide por dirigir El padrino III. El éxito, por supuesto, es instantáneo aún siendo inferior a las otras dos pues Coppola debe reescribir el guion a última hora debido a la desorbitada cantidad que exigió Robert Duvall para volver a encarnar al leal Tom Hagen. A pesar de que le llueven las críticas por incluir en el reparto a su hija Sofía (el nepotismo de Coppola ha sido frecuente) muy por debajo de sus dos primeras elecciones como fueron Winona Ryder y Bridget Fonda que apareció finalmente en un papel muy breve, la película es brillante sobre todo en su parte final con ese paralelismo preclaro y terrible de la trama con la sensacional ópera Cavalleria Rusticana, de Pietro Mascagni. En esta ocasión, el que se lleva los honores interpretativos es Al Pacino que ya brilló en las dos primeras partes con luz propia y que encarna por tercera y última vez al atormentado Michael Corleone. Estrenado el film, Coppola declaró: “Ya tengo escrita El padrino IV…pero solo la haré cuando me haga falta dinero”.
Con capital suficiente en el bolsillo adapta con enorme sentido visual Drácula, fascinante recreación del universo de Bram Stoker, con una estética soberbia e impactante que decepciona a una parte del público que espera una narración terrorífica y se encuentran con una apasionada y apasionante historia de amor, respetando así las intenciones del libro que escribió Stoker y que ha atravesado nuestra imaginación durante océanos de tiempo. Desde entonces, solo productos de encargo, algún riesgo en la producción de películas como El jardín secreto, de Agnieszka Holland, o algún acierto un tanto impersonal como Legítima defensa y dos incursiones en el cine más personal de Francis Ford Coppola, ambas fallidas, como El hombre sin edad, fábula sobre el tiempo y la levedad con Tim Roth, o Tetro, una especie de prueba que se pone a sí mismo para rodar una película sin apenas presupuesto, al estilo de un principiante pero que, aún así, contiene momentos de una rara belleza.
El cine ha enriquecido y arruinado varias veces a Francis Ford Coppola pero él, como su maestro Kubrick, se siente servidor de un arte que ha dejado de serlo para convertirse en un simple mercado de imágenes. Es el precio que ha tenido que pagar por ser un creador insobornable salvo por necesidad, uno de los más grandes del cine contemporáneo, de ese cine considerado como la sublime expresión de la belleza que es capaz de inventar el ser humano. Aunque sea, como muchas veces él mismo ha llevado a cabo, la belleza del caos. Aunque tengamos que ver, ojalá, una cuarta parte de El padrino.

César Bardés.


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