Un buen día, cuando el éxito en la vida ha llegado a su cima, decides volver la vista atrás y echar una ojeada a todo lo que has ido dejando olvidado en el tiempo y, también, en el recuerdo. Tal vez, tienes unas ganas enormes de volver a enamorarte como un niño y disfrutar de esos momentos irrepetibles en los que todos eran risas, ilusión, sueños, proyectos y esa sensación inigualable de sentirte dueño de tu destino. O, quizás, quieres volver a sentarte con tu amigo del alma, aquel que te acompañó en todos tus instantes de juventud y disfrutar de tu equipo favorito, hablar de jugadores con el mismo vocabulario que se empleaba en los cromos de fútbol, compartir confidencias e, incluso, un último adiós. Sentir de nuevo la brisa del mar en la cara, con la paz en el cuerpo y en el alma, caminando sin rumbo por una ciudad que guardaste en el corazón porque allí y entonces, y no ahora, fuiste más feliz que nunca. Volver a empezar, en muchas ocasiones, no es un comienzo, sino un final.
La sensibilidad de aquellos años se utilizó para despertar otras habilidades que surgieron para expresar sentimientos que parecían anclados en la bajamar. La literatura fue un segundo amor para esparcir por el mundo y todo influyó. Luego ya vinieron los honores y los premios, pero ningún escritor piensa en eso cuando trabaja. Puede que todo sea más apreciado por espectadores que quieran ver la nostalgia en cine y la pena de lo que, en realidad, es toda una despedida. Los regresos suelen tener esa agridulce mezcolanza de tristeza y agrado y también es tiempo de cerrar páginas, de pasar a una nueva época que se abre y que llena de esperanza a un país que se consumió entre sus propios odios y decepciones. Quizá esta película hable, de forma un tanto lánguida, de algo que no se puede expresar con palabras. Sólo hay que verla y dejarse llevar, dejarse hechizar por ese Antonio Albajara interpretado por Antonio Ferrandis, dejarse arrastrar por esa Elena encarnada por Encarna Paso y, sobre todo, dejarse emocionar por ese Roxiu inmenso, humano, cariñoso en todas sus frases y entrañable en sus gestos y en sus ojos rebosantes en la piel del gran José Bódalo. Y es una película única. Porque todos hemos tenido esa sensación de tener a alguien muy cerca sin verle, sólo sabiendo que está allí, a tu lado, guardando tu sueño, alimentando tu esperanza, haciendo que todo vuelva a empezar cada vez que abres los ojos por la mañana.
José Luis Garci consiguió el primer Oscar para el cine español con esta película que apela directamente a nuestros corazones. A unos puede gustar más a través del romanticismo de sus imágenes, de todo aquello que no se dice, pero se intuye, del arte de la sugerencia que nos habla del pasado de unos personajes que ya deben llamar a las aldabas del final. A otros les gusta menos acudiendo a su repetitiva banda sonora con el Canon, de Johannes Pachelbel y el Beguin the beguine, de Cole Porter, o, incluso, al espíritu de reconciliación al que parece llamar sutilmente. Lo cierto es que, a partir de esta película, el cine español volvió a empezar y todos los que nos acercamos a verla pudimos comprobar que los regresos después de muchos años no son tan alegres como hemos querido imaginar. Al final puede que lo único que quede sea ese amor…ese amor…
César Bardés
Esta noche recordamos las notas del Begin the Beguine en aquel primer baile...
José Miguel Moreno, Gervi Navío, Raú Gallego, y César Bardés.
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"Esta película quiere rendir homenaje a los hombres y
a las mujeres que empezaron a vivir su juventud
en los años treinta; y en especial, a los que aún
están aquí, dándonos ejemplo de esperanza,
entusiasmo, coraje, y fe en la vida.
A esa generación interrumpida, gracias."
Volver a la tierra en la que se vivió la infancia, revisitar los lugares de siempre, las aceras que se conocen al detalle, el cine Robledo, la estación, la pescadería, los olores a mar, la brisa de la ciudad norteña, nunca olvidada, el primer amor, aquel baile torpe y nervioso y sentir por primera vez junto al pecho el calor de aquella chavala por la que bebías los vientos. La peor noticia llega sin avisar, cuando se ha conseguido la estabilidad, profesor de literatura en Berkeley, premio Nobel y reconocimiento mundial, qué ingrata puede ser la certeza de que la mejor reputación no sirve para paliar la enfermedad incurable, una carta en inglés con la noticia que lee su amigo, el médico con los ojos húmedos no sabe que decir, "Antonio, lo siento, lo siento mucho", "todo está bien, Roxiu", sólo pide terminar el curso, resolver asuntos importantes, un poco más de tiempo, la serenidad de aceptar el final inevitable, y las notas repetidas del Canon de Pachelbel siempre arropando al personaje en sus paseos con Elena, en sus escritos cuando llega la noche en la penumbra de la habitación del hotel Asturias, en su conversación con su amigo del alma.
José Luis Garci reivindica con sencillez y humanidad sus temas preferidos, la nostalgia por los tiempos pasados, el amor por la cultura norteamericana, por el cine clásico, ecos de Breve encuentro y Casablanca en esa escena final en el aeropuerto de Gijón con gabardina, regalo y despedida, el humo del tabaco, los puros, el fútbol con un Atlético de Madrid Sporting filmado en un Molinón que se engalanaba para el Mundial del 82. Personajes formidables como el servil conserje Gervasio (Agustín González), Roxiu (José Bódalo contenido y portentoso en una de las secuencias más bellas del cine español), Elena, la primera novia de juventud, una apacible Encarna Paso, y Antonio Ferrandis en el protagonista, escritor afamado, exiliado en el 38 en pleno conflicto, que quiere volver a sentir, volver a reconocerse en los ojos de su primer amor, en las calles de su ciudad querida, en el césped del estadio donde se dejó la piel como mediocentro de su Sporting. Garci consiguió de manera inesperada el primer Oscar para una película española en la categoría de película de habla no inglesa, un acercamiento íntimo a un hombre que sabe que le queda poco, sin dramatismos, sin aspavientos, la fotografía de Manuel Rojas y Gil Parrondo en la direccion artística también tuvieron culpa. Garci la dedica al principio a Manuel García Meana, que no es otro que su padre, pintor del que heredó su gusto por la imagen y el arte, y al final, a esa generación de españoles que en los años 30 vieron truncados sus sueños, sus planes y no tuvieron la oportunidad de volver a empezar.
Raúl Gallego
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