A menudo, la ambición es tan temible que parece que quiera devorar todo lo que toca y se acerca. Puede que parezca dormida, o que sea algo que pasa desapercibido, pero no son más que las viejas trampas de la caza. Los colmillos se afilan, la aventura se provoca, la idea se agranda y el paladar se llena del regusto de las víctimas. Hay que tener mucho cuidado con la ocurrencia de jugar a ser Dios y, además, sacar un beneficio de todo ello. El resultado, con frecuencia, es la Naturaleza desbocada, la vida en un perpetuo desequilibrio salvaje y la certeza de que el hombre, en esas ocasiones, es un elemento totalmente prescindible.
Así que es tiempo de cerrar las jaulas a esos ejemplares que tratan de sacar el máximo número de ceros en cualquier loca subasta que sólo juega a poner en evidencia la falta de valores y la desorientación de una élite aburrida. Si los hombres llegan a convivir con las fieras, se puede deducir sin ninguna dificultad quién sería el vencedor y los rugidos del hambre saciada se podrán escuchar desde cualquier rincón del parque más cercano. Los dinosaurios ya tuvieron su oportunidad y desaparecieron porque ése era su destino. Es absurdo tratar de conservarlos para que todo se convierta en el sucio negocio de la extinción. El hombre no aprende y, tal vez, algunos dinosaurios sí.
Volvemos a los personajes que ya conocimos en la anterior aventura, pero esta vez Juan Antonio Bayona, a partir de un guion mediocre que recuerda mucho a la serie B clásica, ha conseguido imprimir un saludable sentido del humor, con secuencias perfectamente engrasadas, que funcionan con soltura, yendo del cine de puro entretenimiento al terror sin transiciones difíciles, con sus correspondientes sustos, sus tramas facilonas, sus tensiones manejadas y sus espectáculos visuales. Bayona trabaja con oficio y consigue una buena película, con cierto sentido, con homenajes preclaros a Frankenstein, o a De aquí a la eternidad y dejando un inquietante final para tener ganas de algo más. No es poco.
Pujen por esta película, puede que no valga millones, pero acaba ofreciendo un rato de cine. Y no es poco habida cuenta del material con el que se partía. En algún momento hay que abrir la boca para tentar al bocado más cercano y manejar la cola con maestría para apartar a los facinerosos que, por puro interés, quieren ganancias rápidas y crueldades morales. Tal vez, los animales, por muy salvajes que puedan llegar a ser, son más sabios que los hombres. Conocen olores, comportamientos, intuiciones y crianzas. Y adquieren la certeza de que hay depredadores más devastadores que aquellos que son de su misma especie. Las llamas pueden devorarlo todo y no cabe duda de que hay situaciones con auténtico peligro que crispan los dedos sobre los brazos de la butaca y aceleran los latidos. Hay que salir corriendo si se quiere sobrevivir y no hay ningún problema en dejarse caer en los brazos de esa especie de domador de dinosaurios que encarna de manera efectiva Chris Pratt y de esa ingenua ecologista bajo el rostro angelical de Bryce Dallas Howard. El resto, ya saben, será un buen puñado de fantasía generada por ordenador, unos rugidos de alto volumen, una conclusión que puede ser el principio y la consabida certeza de que estamos en manos de unos cuantos desalmados que, con tal de ganar millones, no dudarán en poner en riesgo a toda la Humanidad.
César Bardés
En la noche más divertida de La gran Evasión nos rodeamos de niñas y niños para hablar de fauces, triceratops y dientes extraídos....
José Miguel Moreno presenta, con los niños José Antonio y Natalia Zabaleta, Elio Cubiles junior, Raquel Moreno, Ángela y Esperanza Arroyo, Raúl Gallego, Elio Cubiles y César Bardés desde Madrid.
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