“Largo es el camino que conduce del infierno a la luz” John Milton
Vivir solo, el silencio sólo se rompe con el pulso de un metrónomo, con el sonido de la lluvia. La vida de Somerset descansa en el orden. Coloca los objetos sobre la mesa, su placa, su navaja, su arma reglamentaria. Fuera, en las calles de una ciudad negra, impera el crimen. Como en la jungla de asfalto de Huston, Los Ángeles de El club de la lucha, el New York de luces de neón de Ridley Scott. Somerset se va a jubilar en breve, ya lo merece, y de pronto un caso complicado surge de las entrañas del mal. Su pareja para resolver el caso resulta ser un novato, un aspirante a Serpico. Mills busca curtirse en la gran ciudad, sin experiencia e inseguro, basa su felicidad en su esposa y su perro. Demasiado pronto para él, ya le avisa su compañero.
Un asesino en serie anda haciendo daño, el siervo del demonio, acaso el demonio mismo, impone su justicia. Su misión, el castigo de la humanidad. Siete son los pecados capitales, siete tránsitos por el purgatorio hacia la salvación o la agonía eterna . Como en un juego de rol del averno elige a sus víctimas, las estudia, las disecciona con el punzón de su locura. Las consecuencias atroces de cada crimen revuelven el estómago, erizan las piel. La gula, la pereza, la lujuria, la codicia, la soberbia, la ira, y la envidia son las pautas que le guiarán a su elegidos: un obeso mórbido, un pedófilo, una prostituta, un abogado, una modelo, y así hasta completar el número sagrado, el siete que personifica la envidia. John Doe, artista, asesino, culto, fotógrafo del pánico, rata de biblioteca, taimado, sereno, manipulador. En la secuencia en que Mills y Somerset lo conducen al punto final de su macabro plan, el psicópata observa a sus captores a través de la reja que los separa, el juego de miradas entre los tres personajes es inaudito. Mills no dudaría en matar con sus propias manos a su presa, un cínico Kevin Spacey transmutado en villano observa con media sonrisa al policía rabioso, mientras tanto el conductor mira de reojo a su compañero, y por el retrovisor al criminal. Morgan Freeman vuelve a estar magistral en este thriller de culto dirigido por David Fincher. El teniente no se retirará a su casa de campo, no puede, su misión es quedarse, vigilar, lanzar la navaja directa al centro de la diana.
Raúl Gallego.
Esta noche intentamos componer el puzle en la escena de crimen de Radiopolis…
José Miguel Moreno, Raúl Gallego, Gervi Navio, Paco Vallecillo (trasunto de un John Doe envejecido, al que nunca atraparon), Isabel Moncada y nuestro crítico, César Bardés.
Artículo sobre Se7en, por César Bardés
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En 1995, David Fincher nos obligó a echar un vistazo a la podrida alma de cualquier ciudad moderna, y lo que vimos, y seguimos viendo hoy en día, es un mundo deshumanizado, una sociedad enferma de soledad, una epidemia para la que sigue sin haber cura. La historia de Seven te atrapa por su estética y por su fondo, cuenta con uno de los finales más potentes del cine. Te llena de desazón esa sociedad enferma que nos muestra, donde se han perdido los valores. Accedemos al terrario y observamos el aislamiento del hormiguero al que el hombre ha sido arrojado, el individualismo predomina, la religión confunde aún más, el conocimiento atormenta aún más, ese John Doe, da miedo porque puede ser, o es real, por imposible que parezca, porque parte de razonamientos lógicos, tiene un fin intelectual, ese mundo apocalíptico que retrata…..está aquí, somos nosotros.
El guion de Andrew Kevin Walker y la dirección de Fincher, desmenuzan los males de la sociedad moderna, una ciudad desquiciada, moribunda, con ese aire apocalíptico, es inevitable pensar en Blade Runner, la lluvia, la oscuridad, el desencanto, los interiores decadentes. La aparición de John Doe, un Kevin Spacey excepcional, es sorprendente, un psicópata que es más un ángel exterminador, que un loco, tiene una misión divina, como dicen los detectives, nos sermonea…y claro, caemos en la trampa de los argumentos de Doe, ese discurso final en el coche lo delata, y a los espectadores, porque las víctimas de esos pecados también lo son a nuestros ojos, esa denuncia es la que hace Fincher, esa degradación moral a la que hemos llegado…ese desquiciamiento es Seven.
La luz verdosa y ocre de los interiores hace recordar al Klute de Pakula, la fotografía de Darius Khondji es extraordinaria, porque integra lo estético dentro de la psicología de la historia, el estado anímico de los personajes y su viaje emocional, se cuenta a través de la luz, de todo el diseño de producción, de la atmósfera que consigue Fincher, apoyado en la fabulosa banda sonora de Howard Shore.
Una pareja de actores grandiosos, es perfecta las escenas de presentación de los policías, con detalles cuidadísimos vemos el carácter de cada uno, son el anverso y el reverso de una misma moneda.
Somerset (Morgan Freeman) está agotado de su trabajo, mejor dicho, de lo que conlleva, porque ama su profesión y a la vez se siente inútil ante el mal, que se supone combate. Es pulcro, minucioso, detallista, lo vemos al vestirse y ordenar su trabajo, el detalle del metrónomo y la navaja, es un contrincante formidable para un psicópata formidable, representa la antítesis de es esos pecados que pretende castigar John Doe.
Mills (Brad Pitt) es todo lo contrario, es impulsivo, un idealista, su ropa está arrugada, su mundo está en desorden porque persigue un ideal, al que ha arrastrado a su esposa, está superado por la ciudad y a lo que se enfrenta, su inocencia está en juego, no es rival para el mal. Su esposa, una bellísima Gwyneth Paltrow (Tracy) también se esboza con brillantez, es sensible, amable, fuerte, y está terriblemente sola, ama a su marido y se sacrifica por la carrera de éste, la escena del restaurante, esa charla con Somerset cuando sabemos que esta embarazada, es prodigiosa, paga un precio horrible por amor.
Cada víctima fue cuidadosamente seleccionada para que “el pecado se revierta sobre el pecador”.
Por eso inquieta tanto la película, por la realidad que desprende, esa conducta psicopática, que parece de un mundo de ciencia ficción, es superada por la realidad, y es razonable que el asesino esté indignado por vivir en un mundo en el que los pecados no se castigan, en el que los vicios se alimentan y exhiben…esa reflexión la deja Seven, deja al descubierto la hipocresía, la moral, la ética, la religión, la culpabilidad, la humildad…la Piedad, todos los valores que hemos perdido.
En Seven el motivo para vivir del asesino es su obra, su meticulosidad para preparar los asesinatos durante años, su fuerza de voluntad para esa tarea, sentirse el elegido y ser el que despierte al mundo de su letargo, es su objetivo para vivir y su fundamento para morir.
La película termina con unas palabras de Ernest Hemingway, de su novela Por quién doblas las Campanas:
«El mundo es un bello sitio por el que vale la pena luchar».
Somerset agrega: «Estoy de acuerdo con la segunda parte».
Una obra subyugante que se queda contigo y te interpela, todos necesitamos motivos para vivir, para pelear en este mundo desalmado, que puede ser también maravilloso, una vez que encontramos esas razones para vivir, por muy simples que sean, somos imparables…
Gervasio Navío Flores
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