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La Gran Evasión
miércoles, 25 de enero de 2017
La La Land. La ciudad de las estrellas. -Damien Chazelle- 2016
Una historia de amor, bella y melancólica, cantada y contada con talento y un profundo, profundísimo amor por el cine clásico, por los musicales clásicos e inmortales, de la edad dorada de Hollywood. Brindo por los ilusos que persiguen un sueño, por los corazones que sufren, por lo que pudo haber sido, brindo por las historias de amor, con una copa de licor a rebosar de puro cine.
Compartir una pasión, contar y cantar una pasión, el Jazz no se puede explicar mejor, es libertad, es conflicto, es crear, es seguir multitud de ríos que mueren en un mar de humo, en una melodía. Una melodía que te llama, por entre la gente, por entre la multitud aparece un rostro, un destello de luz, un beso prolongado, Gómez de la Serna decía que "un beso es hambre de inmortalidad", pues La La Land es un mordisco de eternidad, un vaivén de promesas que te hiciste siendo un niño y luchas por cumplir, por vivir el sueño. Ella quiere ser actriz, tiene un universo en su habitación, crea mundos de emoción y verdad, él, siente el calor del Jazz en las venas, venera un mundo de nostalgia, de rebeldes que cosieron con partituras libres, notas de realidad y aliento, en la ciudad de las luces, en el destino final de la autopista de los sueños, donde vienen a conquistar los locos, los ilusos, los soñadores, ahí, el azar, la causalidad, la ventura los junta. Como digo, es una historia de amor al ritmo de la vida, el invierno, la primavera, el verano, el otoño, enamorarse, volar entre estrellas, aunar vida y pasión, felicidad compartida, triunfar, construir, derribar, renunciar, ceder, perder y ganar...por ser una actriz y construir mundos, por concebir, por tocar y reivindicar Jazz en tu propio club....
Damien Sayre Chazelle tiene talento, deseo y amor por la música y por el cine, no hay dudas, 10 Cloverfield Lane es un guion suyo, y por supuesto Whiplash, otra declaración de amor al Jazz también. Chazelle se consagra con esta película, con este musical, con esta romántica historia de amor que te hace esbozar una sonrisa al salir de la sala, una sonrisa mitad amarga, mitad soñadora, que te invita a hacer un guiño a la vida y seguir siendo el lazarillo de tus sueños...Brillante obra, no sé si maestra o no, el tiempo lo dirá, elegante y directa al corazón, seguro, como su guion, que juega con nosotros, y te hace vibrar, sonreír de nuevo, bueno, solo les puedo decir que visiten la cuidad de las estrellas y se dejen llevar por la melodía.
Acabo brindando una vez más, por Mia, por Sebastian, por Emma Stone, por Ryan Gosling, por un teatro vacío, por un piano desvencijado, por los locos que buscan sueños y persiguen estrellas fugaces.
Gervasio Navío Flores.
Un virtuoso plano secuencia, donde todos cantan y bailan encima de sus propios coches, abre esta película que aglutina a partes iguales palomitas y premios. El toque realista marca del director nos avisa de que no será un musical al uso, ya dejados de hacer por una imposición de época, sino algo distinto, muy moderno y personal, y a partir de ahí se permite todas las licencias del mundo, y no sólo del cine, sino de la misma vida. Un saco de referencias mal trasplantadas, donde la historia, que en realidad no existe, no avanza y ni siquiera es lugar de lucimiento, principal cualidad del género que transporta el espíritu insuflándole vida, sino de mecánica, y trabajosa interpretación aséptica .
Dos protagonistas que bailan como un tanque al que le faltase una rueda y que en un guion incomprensible y marcadamente heredero de clásicos a los que insulta, no sólo muestran su asombro, sino que ufanos, ya cogen vuelo vergonzante para parodiarse a sí mismos, y de qué forma. Un plano final, tan importado y ocre como el primero, intenta la brillantez donde se apelmaza la grasa, para atados de tópicos salir todos, planten actoral a la cabeza, abrazados de gracia.
Hay una subterránea y malévola intención en esta peli que me inquieta muchísimo. Empecemos. Un Ryan Gosling insípido y frío, muy heredero de su papel en Drive ( Nicolas Winding Refn) junto a una Emma Stone, cruce de la Judy Garland infantil de sus inicios con la destrozada por la vida hollywodiense de Vencedores o Vencidos ( Stanley Kramer 1961 ), no comunican química en ningún momento y además, cautivos de un guion que no quiere crecer, experimentan una tragedia interpretativa que los hunde ante el fracaso. Tal circunstancia muy pretendidamente arrastra al espectador, que confiado en el embalaje formal de "un musical " no advierte la corrosiva y manipuladora inmersión. De modo que Sebastián, el protagonista, accede a trabajar en un grupo popero que insulta sus puras intenciones jazzisticas, por la imposición, no el amor, de su querida Mía, con quien no ha cruzado ni una sola mirada al estilo "María" ( West Side Story 1961) y que luego en una cena absurda la propia Mía recrimina pues abandona su " sueño", y eso no se puede hacer. Tras una sonrojante elipsis, que no ahonda en lo expresado con anterioridad como manda el recurso fílmico, lo traiciona, para sorprendernos con una Mía felizmente casada y con hijo, en una velada que casualmente les lleva al nuevo antro de Sebastián, con el mismo nombre de cuando eran novios, que ella ni reconoce. Un final tan absurdo como facilonamente impactante los enlaza, en la pérdida, por una vida que "los maltrata ". Vende renuncia al amor, no melancolía, machismo en la honradez de él frente a la traición de ella, que se refrenda con la indulgencia final, copia inversa y desalmada como todas de la magistral Phoenix ( Christian Petzold 2014 ). Vende un mundo individualista, de tranquilas reacciones nada pasionales y razonadas, e individualismo consumista y fiero, eso sí, envuelto en él géneros de los géneros románticos que ensalza lo contrario por medio del arte cinematográfico que aquí ha sido mutado por el direccionismo ontológico. Aquí radica el mayor de sus peligros, pues, bajo de defensas, el espectador y ciudadano, no lo olvidemos, compra tiritas formales donde antaño hubo curas, curas verdaderas para los roces y rotos de una vida que un día fue libre y bella. Pálidos de necesidad aceptamos los bloques vacíos de una construcción orquestada en torno a las luces, estrellas y monocordes referencias del imaginario cinéfilo que, con inusitada fuerza, nos arranca a su mirada que creemos salvífica y nuestra.
El Made In Hollywood del cartel final no deja lugar a dudas. Pocas veces el poder reinante y oscuro, antesala de un infierno perdurable que enseña orgulloso las uñas ha fabricado, en los tiempos curiosamente en que Donald Trump despliega su reinado, un embudo tan iluminado, fácil y para nuestra desgracia, de consenso.
José Miguel Moreno.
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