La Gran Evasión

La Gran Evasión

jueves, 2 de junio de 2016

87 - De aquí a la Eternidad - Zinnemann 1953




De aquí a la eternidad no hay más que un paso, eso lo sabe cualquier soldado. Quizá la eternidad sea un beso prolongado en una orilla cualquiera de una playa rocosa o el sentido homenaje a un compañero muerto con la corneta en la mano. Tal vez sea la simpatía de un sargento que se las sabe todas o, quién sabe, la brutalidad de otro suboficial que solo entiende el lenguaje de los puños y de la tortura. Incluso es posible que llegue a ser la compañía de una mujer inigualable o la de un soldado que hace ya mucho tiempo que perdió su guerra aunque todo lo disfrace de ironía. La vida son personas que saltan, aman, luchan, pierden y mueren y luego, sí, luego sólo viene la eternidad. 
Una prostituta de cierta clase puede tener todas las respuestas y un reguero de flores en el agua es el único rastro que se deja después de una vida entera de mentiras y de frustraciones. El chico no quiere pelear. El sargento no quiere ascender. El soldado no quiere rendirse. El oficial no quiere fracasar. Balas que acechan algún madero en el que incrustarse para pertenecer por fin a algo o a alguien. El ejército suele ser así. Es un mosaico de amistades pero también un compendio de soledades. La guerra se avecina y todos perderán sea cual sea el resultado de la batalla. Quizá la eternidad sea precisamente eso. Perder. Sin atender a cuál es el precio. 
La rebeldía es un síntoma de los tiempos que se acaban. Las bombas caerán pronto y el ánimo necesita ese punto de furia que tanto se estila en los tiempos difíciles. Lástima que sea la propia vida la que se encargue de poner las cosas en su sitio y de hacer prescindibles a aquellos que son los más valiosos. El ataque es inminente y todo el patio de armas será un campo sembrado de cadáveres o de cuerpos a tierra o de sentimientos derrengados por el devenir de los acontecimientos. Hay que volver para sentir. Hay que sentir para tener la valentía de volver. Aunque el amor quede en un segundo plano. Es algo lógico. En tiempos de guerra, el amor es prescindible. 
Fred Zinnemann dirigió la adaptación de la novela de James Jones para descubrir un reparto admirable, que está en todo momento a gran altura y que encabezan por derecho propio Burt Lancaster y Montgomery Clift. Detrás de ellos, con absoluta veracidad se hallan Deborah Kerr, Donna Reed, Frank Sinatra y Ernest Borgnine. Y en ellos está impreso ese color marrón claro de los uniformes que solo intuimos a través del blanco y negro porque, al fin y al cabo, sus vidas son en blanco y negro, sin opciones intermedias, sin segundas oportunidades. Tan solo la seguridad de que lo forzado se viene abajo por la existencia de las pasiones humanas. Las miradas se suceden y en todas ellas refulge el brillo de la pérdida. Porque todo se vuelve a encontrar pero la pérdida…también es eterna. 

César Bardés.

 Nos bañamos en esa playa de Hawai, mientras el cielo se llena de pasión y soledad... a la dirección José Miguel Moreno, Chary Medina, Manuel Broullón, Gervi Navío y nuestro crítico César Bardés.




2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo, Fatso muere como se merece, gran historia de amor y pérdida, inolvidable.

    ResponderEliminar
  2. Burt Lancaster, Deborah Kerr, Frank Sinatra, Monty Cliff, Donna Reed, Ernest Borgnine....vaya reparto bárbaro, Zinnemann consiguió ensamblarlos y hacerlos personajes de carne y hueso.
    Un saludo desde Pearl Harbour.

    ResponderEliminar