La Gran Evasión

La Gran Evasión

jueves, 30 de junio de 2016

91 - Horizontes Lejanos - Anthony Mann 1952





















Glyn McLintock cabalga sin echar la vista atrás. Otea las montañas nevadas como queriendo adivinar un futuro más próspero en las tierras de Oregón. El hombre itinerante se encarga de guiar una caravana de colonos a través de territorio indio hacia la tierra prometida, quien sabe si una muchacha de mirada clara será capaz de borrar recuerdos de muerte y sangre en la frontera de Missouri. Una huida de sí mismo a través de desfiladeros, praderas y ríos de aguas tan turbias como el pasado del hombre de rostro amable. En su particular viaje a Ítaca, McLintock se encuentra con su viejo socio de correrías, Emerson Cole, al que salva de ser linchado por unos vaqueros. Hoy por ti, mañana por mí. El roce abrasador de la soga en el cuello, y un pañuelo que oculta una cicatriz profunda. El antiguo fuera de la ley siente una atracción hacia todo lo que Cole significa, de ahí esa amistad que se rompe con la traición. Cole sonríe con cinismo cuando su camarada le dice que ahora quiere ser granjero.
Todas las manzanas del cesto no están podridas, o mejor dicho, un hombre no es una manzana, un hombre puede regenerarse y enterrar el asesino bajo las corrientes purificadoras. Cuando el filo del machete reverbera alzado sobre la siguiente víctima, un grito de mujer puede devolver a la tierra, al deseo de asentarse y construir algo verdadero. El hombre de frontera entonces mitiga su neurosis en la mirada.
Con un espléndido guion de Borden Chase, Anthony Mann dirigió el segundo western con su actor ideal James Stewart, de los cinco que hicieron juntos (Winchester 73, Tierras lejanas, El hombre de Laramie, y Colorado Jim), y con un magnífico Arthur Kennedy, el oportunista pistolero, Rock Hudson, Jay C. Flippen, y Julia Adams como Laura, la hija del patriarca de la caravana.

Raúl Gallego.

Esta noche vadeamos el río con nuestros castigados carruajes y la camisa de repuesto en el zurrón...José Miguel Moreno a la dirección, Gervi Navío, Raúl Gallego, y nuestro crítico de cine César Bardés. 


 Artículo sobre Horizontes Lejanos, por César Bardés



miércoles, 22 de junio de 2016

90 - Stalingrado - Vilsmaier 1993

El sinsentido de la guerra en su máxima expresión, en la batalla más cruenta de la historia según las crónicas. La trituradora de hombres de Stalingrado, una ciudad convertida en un infierno, un pavoroso cuadro de escombros, cadáveres y fuego. El frente oriental se le atragantó a la Wehrmacht. La máquina de matar nazi y su guerra relámpago fueron puestas a prueba en el cerco de Stalingrado. Los sitiadores sitiados a orillas del Volga, el invierno hizo el resto.
Los guerreros se solazan al comienzo del filme en las playas de la Riviera italiana. Un descanso demasiado corto, la música de las olas dará paso al ruido de las máquinas. Los jóvenes soldados beben vino y juegan a las cartas en un tren que los adentra en un túnel sin final. El Cáucaso espera y no hay billete de vuelta. El fuego de los lanzallamas busca soviéticos escondidos en las cloacas de una ciudad arrasada. Un niño ruso prisionero escucha los cánticos de los suyos, no encuentra consuelo, no acepta la comida de sus captores. El teniente Von Witzland tiene principios, su alma prusiana no comulga con el abuso indiscriminado. Hijo de militares, no permitirá que sus hombres sedientos de sexo violen a una mujer convertida en esclava sexual.
Para no volverse loco en el infierno, mejor no pensar. El honor, el valor, esas palabras pierden su esencia cuando un obús parte a tu amigo en dos sobre el hielo.Las cruces de hierro no quitan el hambre ni el frío. Sobrevivir, el objetivo de miles de héroes desechables y abandonados. Carne de cañón, hombres ateridos por el frío inmenso de la tierra rusa y el desprecio hacia la vida de unos mandos corruptos. Dos hombres y una mujer se pierden en el blanco infinito. Sólo queda esperar la beatitud del último aliento. Ya no hay que volver al maldito frente, no más tanques, no más miseria. Al final el blanco más oscuro lo envuelve todo.

Raúl Gallego.

Esta noche comenzamos el programa hablando del documental "Línea de meta", dirigido por nuestra invitada Paola García Costas, y nos adentramos en las ruinas de Stalingrado de la mano de José Miguel Moreno, Raúl Gallego, Mamen Torres, y nuestro crítico de cine desde Madrid César Bardés.


 Artículo sobre Stalingrado, por César Bardés



jueves, 16 de junio de 2016

89 - Mi querida señorita - Jaime de Armiñán 1972

Adela es Adela. El olor a naftalina se cuela entre las rendijas de los armarios. La casa se ahoga en un ambiente de vejez y antigüedad. Un ratito al piano todas las tardes para no olvidar aquellos dos años de estudios. Un poco de costura para terminar de una vez las cortinas de la galería. Las madalenas de Isabelita. La mantilla que no falte para ir a misa. Todos los días son iguales. Y hay algo dentro de Adela que hace que se sienta oprimida aunque ni ella misma sabe muy bien qué es. Tal vez sea la soledad que ha ido haciéndose un sitio entre tanta ropa de otro siglo, tanto encaje pasado de moda y tantas tardes viendo llover a través de la cristalera. Las mujeres a sus obligaciones. Ganar una pequeña renta, vivir con tranquilidad…claro que, luego, está Santiago. Él quiere rehacer su vida y Adela quizá sea demasiado mayor para todo eso. El arroz se ha pasado, el tren ya se ha ido y él es el remedio para la soledad pero es más de lo mismo. Sus hijas modernas e independientes, que desprecian todo lo que tiende hacia el negro, el trabajo en el banco, cuidando de los ahorros de un buen montón de viudas y solteronas en una ciudad de provincias muy cerca del mar. No, no, no puede ser. Adela es Adela.
Adela no es Adela. Siente una atracción antinatural por Isabelita. Se afeita todos los días porque le crecía barba y, claro, eso le hace sentirse muy poca mujer. A confesarse con el señor cura, a decirle cuáles son sus miedos porque ella, Adela, nunca ha conocido varón…ni tampoco hembra. Y es que la soledad es una partidaria acérrima de la igualdad. Un poquito de piano desafinado, una costura para terminar las cortinas… Incluso en un saque de honor de un partido de fútbol, Adela tiene un estilo que ya quisiera para sí Paco Gento. Las madalenas de Isabelita…Isabelita…esos ojos, ese cuerpo y ella parece como si jugara con Adela, como si quisiera ponerle la miel en los labios y rebozarse en ella, dulce y lejana. Adela es una mujer fuerte y valiente. Es fuerte y valiente…pero no es una mujer. Adela no es Adela.
 Adela es Juan. La Naturaleza gasta, a veces, bromas muy crueles. Toda la vida pensando en ser una mujer y resulta que Adela es un hombre. Cuando sabe de la noticia, ella o él siente una liberación vivificadora pero también un pánico paralizante. Quizá porque Juan no tiene futuro. No sabe hacer nada. Un poquito de piano bastante desafinado y una costura para coserse el dobladillo de los pantalones. Juan no se atreve a cortar con el pasado definitivamente, no quiere dejar de ser del todo Adela pero tiene que hacerlo porque necesita una identidad, una vida, un nuevo principio. Isabelita está ahí en una cafetería de Madrid. Tal vez sea el momento de besarla con libertad, sin estúpidos cargos de conciencia, sin el sexo que iguala y con el sexo que se disfruta. Es un nuevo principio y hay que asumirlo. Y eso no es fácil para una mujer de provincias que nunca ha viajado, que siempre fue a misa con mantilla y que confesaba sus pensamientos pecaminosos con el cura. Tampoco lo es para un hombre sin estudios, que es pura confusión, que tiene que vivir con sus medios según mandan los cánones de la sociedad de la época y que debe ligar con señoritas del sexo opuesto como corresponde a su propio sexo. No es fácil, mi querida señorita, hacer esta historia en una época con falta de libertades y Jaime de Armiñán, José Luis Borau, Julieta Serrano y José Luis López Vázquez fabricaron pura magia entre la tristeza y la esperanza del descubrimiento de la propia naturaleza del individuo.

César Bardés. 

 Esta noche en Radiópolis nos sentamos junto a Adela y su máquina de coser....


 José Miguel Moreno a la dirección, Reneé Mendoza, Raquel Jaén, y nuestro crítico de cine desde Madrid, César Bardés.



 

miércoles, 8 de junio de 2016

88 - Ascensor para el Cadalso - Louis Malle 1957

La desazón es el rostro de una mujer que camina por los campos Elíseos de París, la angustia en sus ojos bajo la lluvia. La angustia de un hombre atrapado en un ascensor en el peor momento, el posterior al crimen, la claustrofobia, la espera. Los ojos de Florence lo dicen todo, una mujer rota musita y pregunta por su amante a los habitantes de la noche parisina. Una pareja de jóvenes, una florista pusilánime y un macarra que nunca estuvo en la guerra de Indochina, deciden robar el coche al hombre encerrado, usurpar su persona. A partir de ahí los acontecimientos se disparan y todo se enreda en este gran noir francés, debut de Louis Malle en la realización tras trabajar con Bresson en "Un condenado a muerte se ha escapado" y Jacques Costeau en "El mundo del silencio".
Si a la buena factura de Malle, su simplicidad compleja, su fatalismo irónico, añadimos una asombrosa banda sonora del mejor jazz de Miles Davis y un puñado de músicos que se juntaron en una sesión de ocho horas en un estudio de París, sólo nos queda sentarnos en el mejor sofá y dejarnos llevar por aquel blanco y negro magnífico, antecesor de Truffaut y Godard. Los ojos llorosos, las gotas de sudor sobre el labio superior de una inmensa Jeanne Moreau, una trompeta tan turbia como el líquido que revela lentamente los contornos de dos amantes en en una fotografía. En una cámara siempre hay varias fotos. Los amantes sólo aparecen juntos una vez en la película, en la instantánea de un lugar, de un momento en que nadie puede separarlos.

Raúl Gallego.

 Esta noche descorchamos una botella de champán en Radiópolis a la memoria de Jeanne Moreau, Louis Malle y Miles Davis,

 José Miguel Moreno a la dirección, Chary Medina, Gervi Navío, Raúl Gallego, y nuestro crítico desde Madrid César Bardés.


 Artículo sobre Ascensor para el cadalso, por César Bardés



 

 

jueves, 2 de junio de 2016

87 - De aquí a la Eternidad - Zinnemann 1953




De aquí a la eternidad no hay más que un paso, eso lo sabe cualquier soldado. Quizá la eternidad sea un beso prolongado en una orilla cualquiera de una playa rocosa o el sentido homenaje a un compañero muerto con la corneta en la mano. Tal vez sea la simpatía de un sargento que se las sabe todas o, quién sabe, la brutalidad de otro suboficial que solo entiende el lenguaje de los puños y de la tortura. Incluso es posible que llegue a ser la compañía de una mujer inigualable o la de un soldado que hace ya mucho tiempo que perdió su guerra aunque todo lo disfrace de ironía. La vida son personas que saltan, aman, luchan, pierden y mueren y luego, sí, luego sólo viene la eternidad. 
Una prostituta de cierta clase puede tener todas las respuestas y un reguero de flores en el agua es el único rastro que se deja después de una vida entera de mentiras y de frustraciones. El chico no quiere pelear. El sargento no quiere ascender. El soldado no quiere rendirse. El oficial no quiere fracasar. Balas que acechan algún madero en el que incrustarse para pertenecer por fin a algo o a alguien. El ejército suele ser así. Es un mosaico de amistades pero también un compendio de soledades. La guerra se avecina y todos perderán sea cual sea el resultado de la batalla. Quizá la eternidad sea precisamente eso. Perder. Sin atender a cuál es el precio. 
La rebeldía es un síntoma de los tiempos que se acaban. Las bombas caerán pronto y el ánimo necesita ese punto de furia que tanto se estila en los tiempos difíciles. Lástima que sea la propia vida la que se encargue de poner las cosas en su sitio y de hacer prescindibles a aquellos que son los más valiosos. El ataque es inminente y todo el patio de armas será un campo sembrado de cadáveres o de cuerpos a tierra o de sentimientos derrengados por el devenir de los acontecimientos. Hay que volver para sentir. Hay que sentir para tener la valentía de volver. Aunque el amor quede en un segundo plano. Es algo lógico. En tiempos de guerra, el amor es prescindible. 
Fred Zinnemann dirigió la adaptación de la novela de James Jones para descubrir un reparto admirable, que está en todo momento a gran altura y que encabezan por derecho propio Burt Lancaster y Montgomery Clift. Detrás de ellos, con absoluta veracidad se hallan Deborah Kerr, Donna Reed, Frank Sinatra y Ernest Borgnine. Y en ellos está impreso ese color marrón claro de los uniformes que solo intuimos a través del blanco y negro porque, al fin y al cabo, sus vidas son en blanco y negro, sin opciones intermedias, sin segundas oportunidades. Tan solo la seguridad de que lo forzado se viene abajo por la existencia de las pasiones humanas. Las miradas se suceden y en todas ellas refulge el brillo de la pérdida. Porque todo se vuelve a encontrar pero la pérdida…también es eterna. 

César Bardés.

 Nos bañamos en esa playa de Hawai, mientras el cielo se llena de pasión y soledad... a la dirección José Miguel Moreno, Chary Medina, Manuel Broullón, Gervi Navío y nuestro crítico César Bardés.