Bowman es el arquero elegido, el último héroe que debe superar todos los obstáculos, vencer al cíclope, entrar en la puerta estelar del tercer monolito, dar paso a la nueva era del nuevo hombre. Kubrick marca un hito dentro del género de la ciencia ficción, al crear una poética y rigurosa alegoría sobre la evolución y la relación del hombre con el universo. Durante más de dos años trabaja a destajo en un guion dividido en cuatro actos, mano a mano con el prestigioso escritor y explorador del cosmos Arthur C. Clarke. Al genio británico no le interesaban invasiones alienígenas, espadas láser o guerras de los mundos. Los extraterrestres de esta obra clave no hacen acto de presencia física, son guías invisibles, centinelas a la espera del elegido. Kubrick busca la sugestión, el sobrecogimiento ante una cadena de imágenes, silencios, respiraciones, coros estremecedores, se apela al subconsciente de una audiencia absorta. Los navegantes del Discovery saben muy poco sobre el cometido de su viaje, sólo la inteligencia artificial HAL 9000 conoce el verdadero fin de la misión, el ordenador central de voz pausada que se deja ganar al ajedrez y sabe leer los labios.
El clásico inmortal de Kubrick deja para la posteridad una serie de imágenes y sonidos que forman ya parte de nuestro imaginario, una experiencia mística sobre las preguntas eternas de la existencia. La alborada de unos simios que aprenden a defender su territorio al son del gran crescendo de Así habló Zaratustra, el ensordecedor zumbido del monolito en la excavación lunar, el ritmo parsimonioso de una nave espacial que danza al son de una música de vals.
Raúl Gallego.
Esta noche nos ponemos la escafandra y desconectamos a HAL para que no adivine nuestro pensamiento,
José Miguel Moreno a la dirección, Raúl Gallego, Gervi Navío, Jesús Mayoral, y nuestro crítico de cine César Bardés.
Artículo sobre 2001: Una Odisea del Espacio, por César Bardés